Un cura pedófilo, un ladrón, un alcohólico... En Vilafamés aguardan un milagro con su próximo sacerdote, aunque aún alaban las virtudes pías de los tres polémicos religiosos
Asus 85 años Rosa Valero baja casi a la carrera una pronunciada calle junto a la parroquia de Vilafamés. Se limpia las manos en el mandil tras tirar la basura al contenedor. Se arrebuja con una rebeca. El frío de la sierra de Les Conteses aprieta. Y vuelta a paso ligero calle arriba. Es una mujer dura, de las de antes, de esas que se curaban un catarro con una cucharadita de miel y agua de arroz colada en un calcetín. Se jacta de haber visitado a pocos médicos. O a ninguno. Ni medio análisis. Tiene mucha vida andada. Y no menos mundo. Siete años como criada en una casa de Suiza. Rosa no se arredra con cualquier cosa. Ni siquiera al preguntarle por don Rafael (aquí todos le llaman así), el párroco detenido la semana pasada con 21.000 archivos con fotos y vídeos de niños en su ordenador. 600 gigabytes. El equivalente a 120 deuvedés. «Mire usted. Ya mi abuela me contaba lo que le dijo un cura: 'Señora, haga lo que yo diga; pero no haga lo que yo hago'. Si se ha equivocado, que pague. Pero no encontrará a muchos que hablen mal de él. Ha hecho tanto por la iglesia que aquí lo avalaríamos casi todos».
Es la dualidad más repetida entre la mayoría de los 2.000 vecinos del pueblo de Castellón, un montañoso enclave plagado de muros de arenisca y en el que el turismo rural duplica los residentes el fin de semana. Los parroquianos reprueban los pecados cometidos por don Rafael pero ensalzan sus virtudes pías. Ángel y demonio. Saben de lo que se hablan. No es la primera oveja negra en el rebaño. Dos de sus predecesores en el altar de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción cayeron en la tentación. La cirrosis se llevó a uno de ellos por su afición a los carajillos y demás espirituosos. La querencia por las obras de arte de otro le hizo salir de la iglesia con más pena que gloria. «Nos gusta más el mal que el bien», es la moraleja de Rosa.
Rafael Sansó, de 52 años, ya ha puesto pies en polvorosa. Él lo llama 'retiro espiritual' en un convento mallorquín. No niega su delito, aunque la jueza lo dejó en libertad alegando que no hay riesgo de fuga. El fiscal ha puesto el grito en el cielo. Ha recurrido el dictamen judicial y reclama su ingreso en prisión provisional. La jueza decidirá en unos días. Un 'servidor trampa' del FBI desenmascaró a don Rafael. Mordió el anzuelo. Sin saberlo se descargó archivos porno ante los ojos de los propios federales. Los yanquis alertaron al CNI español y el eclesiástico acabó en manos de la Guardia Civil. En su horizonte, entre cuatro y ocho años de cárcel por pornografía infantil. El final de un párroco ejemplar. Al lobo se le cayó la piel de cordero.
Rafael sin 'don'
«Yo a veces me preguntaba cómo podía ser que no fuera obispo». La alcaldesa de Vilafamés, Luisa Oliver (PP), no oculta su decepción con don Rafael. Impulsor de la Cofradía del Cristo, promotor de la reforma del altar mayor, germen de infinidad de asociaciones culturales... En sus 15 años al frente del templo, el sacerdote había elevado la asistencia de fieles a cotas desconocidas. La fama de sus homilías no se limitaba al pueblo. Muchas parejas de Castellón o Valencia acudían a casarse a Vilafamés atraídos no sólo por los rústicos escenarios para el álbum del enlace. El aura de sus sermones era un gran reclamo. La alcaldesa no acude a la cita concertada con V en el pueblo. Un repentino virus se lo impide. Aunque no oculta por teléfono su disgusto porque los periodistas insisten en aplicar la negrita a Vilafamés en el mapa de los escándalos. «Hay otros seis detenidos de esta red en España. ¿Por qué no se habla de ellos?». Ella fue una de las principales valedoras del párroco. Hace tiempo se opuso a la intención de la Diócesis de trasladar al cura durante una redistribución de la comarca. «Y ahora resulta que tenía un lado podrido. Es asqueroso lo que ha hecho». Ni una sola vez distingue la alcaldesa con el 'Don' a su antaño Rafael querido. Ahora sólo piensa en que cambie la «mala suerte» de su pueblo. No cesa de llamar a la Diócesis y de interesarse por las gestiones para nombrar al nuevo párroco. No quiere otro garbanzo negro.
A tiro de piedra de la casa de Rosa Valero, también en las postrimerías de la parroquia renacentista, otro vilafamesí intenta encajar algunas piezas del pasado. Prefiere no dar su nombre, pero rememora cómo el sacerdote se enfurecía cuando alguna pandilla de niños armaba escándalo en plena liturgia. Irónico. O aquella violenta frase que el cura soltó desde el púlpito, exasperado por la escasa presencia de mozos del pueblo en el templo: «Tendrán que morir más jóvenes para que vengan a misa». El vecino no volvió a pisar la iglesia. «Siempre me pareció un hombre extraño».
Por un monaguillo
Ya hubo otro don Rafael en Vilafamés. Un párroco con el mismo nombre y parecidos claroscuros. Entre pilas benditeras, relojes en tocones, botijos y mosaicos lo recuerda Manuel Marzá. Es el dueño de 'El perol trencat' (El puchero roto), la tienda de cerámica más 'floreciente' del pueblo. «Aquí estoy, viendo entrar el airecillo...», lamenta solitario tras el mostrador. Defiende sin dudarlo al detenido. «Buen sacerdote y buena persona. Eso de las fotos es un asunto privado». Y más buenas palabras para el 'otro' don Rafael. Niega con la cabeza cuando se le citan los supuestos hurtos cometidos por el primer párroco. Rumores a gritos en el pueblo confirmados por la propia alcaldesa. «Se llevó hasta una cruz de oro. Uno de sus monaguillos lo delató», clama un anciano sentado a la solana frente a la tienda. Otro hombre sin nombre. Aquel don Rafael desapareció un día sin más razón que un nuevo destino en Valencia. El ceramista destaca sus virtudes. El párroco era un excepcional grabador en cobre en estilo medieval con baño de oro. En el pueblo aún recuerdan a diplomáticos extranjeros de visita para disfrutar de la artesanía del religioso. «Era de los pocos de Europa. Incluso ayudó en la restauración de la botica del Monasterio de Silos».
Entre los dos 'Rafaeles', el tercer párroco en discordia. Por don Ximo (diminutivo de Joaquín en valenciano) lo recuerdan algunos. Otros dudan del nombre. Lo malo se olvida. Aunque todos citan la excesiva querencia terrenal del sacerdote. El alcohol le perdía. Y una cirrosis acabó con él. «Algo bebía, aunque tampoco creo yo que todos los días», intenta justificar Manuel. «Era muy buena persona, pero cayó en ese vicio», lamenta la compungida alcaldesa. Ni 20 personas asistieron a misa el pasado domingo en la parroquia. Manuel Martín, el cura de la Pobla de Tornesa, el municipio vecino, intenta reconducir el malestar de los fieles. Vivió varios años con el acusado en la casa abadía de la Pobla. Y concede a su colega de hábitos el beneficio de la duda. «Si está libre es porque algo no está claro...».
A las puertas de su casa, a unos pasos de la iglesia, un 'bullit' (hervido) en el fuego apresura a Rosa Valero de vuelta a su hogar. También piensa en el próximo cura. Y no se muerde la lengua. «¿Qué nos tocará ahora? Mire, todos han estudiado los mismos libritos, o sea que en eso no serán muy diferentes. Y todos son seres humanos. Y el hombre peca».
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