De nuevo se convierte en noticia la impertinencia de un miembro de la jerarquía de la Iglesia católica. A Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, se le hacía tarde para buscar los reflectores con su ocurrencia de pedir que a la Mezquita de Córdoba -una de las más famosas mezquitas del mundo- se le quitara ese nombre para llamarla simplemente catedral.
Parece que a don Demetrio no le llegan las noticias de que desde antes de la llegada del presente siglo la presencia de la Iglesia entre la sociedad es muy diferente. Que tantos errores acumulados y, sobre todo, artificialmente ocultos a la opinión pública, le han despojado de ese halo de omnipotencia del que por muchos años había gozado. En todo caso, si se tratara de hacer justicia, lo lógico sería regresarle a ese indiscutible monumento su calidad original, previa a la irrupción de la actual catedral.
Pero las cosas tienden a acomodarse bien con el tiempo, y si la actual usanza religiosa le ha concedido la razón a los fieles que la frecuentan, son ellos quienes tienen el derecho a seguirlo haciendo, independientemente del nombre que los refugie. Sin embargo, para que al final se impartiera justicia salomónica, sí que sería loable abrir las puertas a los musulmanes que quisieran hacer uso de esa gran aportación arquitectónica creada por sus antecesores. Por lo menos sería un buen gesto para con la Alianza de Civilizaciones.
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