El Papa convierte en fiesta de familia su encuentro con los cardenales
El
Papa Francisco fue elegido «por una mayoría amplia, yo diría por una mayoría abrumadora», en palabras del cardenal italiano
Giovanni Battista Re, presidente de las reuniones en la Capilla Sixtina. Los purpurados italianos tienen una mayor flexibilidad a la hora de interpretar el juramento de secreto, sobre todo, si hablan con diarios como el «Eco di Bérgamo», cercano a la ciudad natal.
En una entrevista con Emanuele Roncalli, sobrino nieto de Juan XXIII, el cardenal Re manifestó que «el hecho de que el quorum de dos tercios haya sido abundantemente superado indica que la Iglesia está unida. Puede haber diferencias pero, al final, los números indican que el elegido ha logrado un consenso grande por no decir aclamación».
El purpurado lombardo recibió ayer, durante el encuentro del Papa con los cardenales, un afectuoso agradecimiento de Francisco, quien dio las gracias «al queridísimo cardenal Giovanni Battista Re, que ha hecho de jefe nuestro durante el Cónclave. ¡Muchas gracias!».
El cardenal añadió en su entrevista que el Papa recién elegido «se mostró en todo momento sereno y seguro. Estaba tranquilo». Cuando Giovanni Battista Re, como prelado de mayor rango en la Capilla Sixtina le preguntó el nombre que deseaba, «no tuvo ninguna duda: «me llamaré Francisco», explicando que deseaba adoptar ese nombre en honor de san Francisco de Asís».
Origen italiano
Re hablaba con el legítimo orgullo de los italianos serios del Norte y una satisfacción casi familiar pues «Bergoglio es de origen italiano. Sus padres eran piamonteses. Yo diría que es un argentino con corazón italiano».
Italiano o argentino, Francisco desbordo corazón durante su encuentro con los cardenales. Era una audiencia formal pero se convirtió en una fiesta de familia.
El Papa llegó todavía con la
sotana blanca de cuello demasiado ancho, con sus zapatos negros cómodos, de hombre que camina mucho, su cruz de metal oscuro, y sus gafas de patillas demasiado cortas, que le resbalan por la nariz cuando lee y tiene que subir una y otra vez para que no se caigan. Era la imagen de una bondad sencilla.
Comenzó su discurso con inmenso cariño «a mi venerado predecesor
Benedicto XVI, que ha enriquecido y reforzado la Iglesia con su magisterio, su bondad, su liderazgo, su fe, su humildad y su mansedumbre». Habló largo y tendido de
Benedicto XVI con amor filial, con el mismo entusiasmo dedicado al «clima de cordialidad y el aumento de nuestro conocimiento recíproco» durante los días del
Cónclave, en que se ha vivido «esa amistad y esa cercanía que nos harán tanto bien a todos».
El Papa llevaba en su mano varios folios pero sus mejores comentarios eran los que añadía directamente, como la exhortación a «no ceder jamás al pesimismo, a esa amargura que el diablo nos propone cada día». Entre los ciento cincuenta purpurados se encontraban también los mayores de ochenta años, y Francisco reconoció que «la mitad de nosotros estamos en la vejez, pero la vejez es la sede de la sabiduría. Por eso los ancianos Simeón y Ana supieron reconocer a Jesús». Y citó en alemán el verso de un poeta: «la vejez es el tiempo de la tranquilidad y la oración».
Concluyó con una invitación a la esperanza de que «un día veremos el rostro hermosísimo de Jesucristo resucitado», y una plegaria a «María, Madre de la Iglesia, a quien confío mi ministerio y el vuestro».
Media hora de saludos
Su discurso -mitad leído, mitad sin papeles- era afectuoso y paternal. Se podría decir que el famoso anuncio de «Habemus Papam!», una antigua palabra egipcia que significa «padre», es hoy más cierto que nunca.
Después de impartir la bendición, Francisco fue recibiendo el saludo y los abrazos de cada uno de los cardenales, permaneciendo en pie durante media hora. Con la mayoría, el saludo era un intercambio de bromas y anécdotas. El Papa y el cardenal de turno hablaban cogidos de las manos o de los brazos, y reían a carcajadas. No había ninguna rigidez.
Tres o cuatro cardenales aprovecharon ese momento para exponerle algún problema, y el rostro del Papa se volvía serio. A algunos les dio una respuesta al oído. A otros les pidió que le escribiesen para abordar el asunto de modo más detallado.
Fiesta de familia
Era un momento de fiesta de familia, pero también de gobierno, como se vio en el modo en que daba instrucciones al cardenal canadiense Marc Ouellet, responsable de los Obispos durante estos últimos años y buen amigo suyo. Era un Papa «padre», pero también un Papa que gobernaba y que habló a un par de purpurados con relativa severidad. Ellos sabrán por qué.
Francisco se enternecía con los enfermos como el cardenal indio Ivan Días, a quien besó el anillo afectuosamente, y con los cardenales africanos, varios de los cuales le pidieron que bendijese objetos de devoción como rosarios, cruces y estampas para llevarse de vuelta. El sudafricano Wilfrid Fox Napier, en cambio, le regaló una de las pulseras de goma elástica, color amarillo limón, hechas por sacerdotes de su diócesis para el Año de la Fe. En el texto se lee «Credo, Domine», («Creo, Señor»). El Papa le sonrió, y se la puso inmediatamente en la muñeca derecha.
Desde el primer momento, el Papa Francisco muestra una llamativa tranquilidad. Al mismo tiempo, se nota que es enérgico. Con las personas habla sin prisa. Pero, en cambio, camina rápido. Se diría que sabe claramente a dónde va. El mundo lo descubrirá muy pronto.