Jiménez Losantos: "Pese a la evidencia del fracaso de su gestión, el Gobierno de Rajoy se niega a contemplar siquiera el cumplimiento del programa del PP"
Mariano Rajoy pide "paciencia" a los españoles, como si los ciudadanos ni hubieran dado más que sobradas pruebas de esta virtud durante los últimos años. Se muestra además muy seguro de sí mismo y es incapaz asumir en público (desconocemos cómo se expresa en privado) un ápice de responsabilidad por la dura situación que pasa en país. Desde aquí le recomendados que se cargue él de esa misma paciencia que nos reclama y que se enfrente a las columnas que se publican en los diarios de papel españoles. Si lo hace, va a ser un ejercicio difícil para él. No es el 29 de abril de 2013 un día en el que haya mucho sitio para la condescendencia periodística hacia el registrador de propiedad que nosotros creíamos metido a gobernante, pero que en realidad no sabemos a qué se dedica.
Lo que hizo el Gobierno el viernes, al confesar su impotencia ante la virulencia de la crisis económica, fue algo similar a lo que ha venido haciendo, desde el comienzo de su mandato, cada vez que se ha enfrentado a un problema grave: claudicar.
Para columnista:
Se ha rendido Mariano Rajoy ante el separatismo desafiante de Artur Mas, cuyas ofensas a la Nación española nunca ha rebatido esgrimiendo un discurso firme, hasta el extremo de plantear la posibilidad de una financiación privilegiada para Cataluña a cambio de «paz» política. Se ha desentendido el presidente, con sus ciento ochenta y seis diputados, de la presencia de ETA en las instituciones y de sus constantes provocaciones, con el argumento de que cualquier humillación es preferible a un atentado terrorista. Ha mirado hacia otro lado ante el escándalo de corrupción que corroe los cimientos de su partido, desde la asepsia distante de una pantalla de plasma. Y ahora deja que su vicepresidenta salga a dar la cara, acompañada de los ministros del ramo, para decir a los españoles que abandonen toda esperanza.
Concluye:
Puesto a perder las próximas elecciones, porque su derrota está cantada si se cumplen los lúgubres pronósticos formulados tras el último Consejo de Ministros, ¿no podría perderlas como consecuencia de haber llevado a cabo reformas valientes, de habernos dado una oportunidad devolviendo a la sociedad la potestad para administrar unos recursos hoy devorados hasta el tuétano por este Estado insaciable?
Podría ser peor, por supuesto. Podríamos estar intervenidos. Pero la partida no ha hecho más que empezar. «Resistir», en esta ocasión, no le llevará a ganar. Nos condena a todos a una derrota sin paliativos.
También en el diario madrileño de Vocento,
Gabriel Albiac compara el Gobierno de Zapatero con el de Rajoy en una interesante columna titulada
El desaliento:
A lo largo de siete años, fuimos gobernados por adolescentes. Sin formación académica: la lectura de los currículos de los ministros de Zapatero -y del suyo propio- dejaría en nosotros un olímpico ataque de risa, si no fuera por la ruina que nos acarrearon.
Añade:
Toca ahora gestionar la ruina. Nadie censurará al gobierno «normal» que vino luego, por tomar dolorosas medidas de austeridad. Nadie perdonará tampoco que le mientan. Para prometer riqueza en cuatro meses valía gente como Pajín o Blanco. En boca de sujetos no pueriles, generará ira. El ciudadano sabe que esto es la debacle. No necesita que le engañen con mañanas luminosos. Necesita -y exige- contabilidad clara. Aunque duela. Y medidas acordes. Y que con la primera dosis del dolor carguen quienes le representan: los políticos.
Albiac sostiene que estamos en la disyuntiva: "restricción del Estado hipertrófico o ruina". Concluye:
España tiene un Senado -carísimo- que no sirve para nada: ¡fuera! España tiene 17 parlamentos autónomos -carísimos- que no sirven para nada: ¡fuera! España tiene una cifra desproporcionada de políticos con sueldo público, una muchedumbre de «cargos de confianza» que reduplican las tareas propias del funcionariado: ¡fuera! No se puede vivir como rico, cuando se es pobre.
Ya no hay gobierno de niños. Pero el destrozo perdura. Es lo que tienen los «males combinados»: Zapatero ya no está. El jovial mal que hizo le sobrevive. Y ahí vive el desaliento.
Más duros son los palos que recibe Rajoy en El Mundo, diario donde no ha lugar para la piedad con él y sus ministros.
Federico Jiménez Losantos lo tiene claro desde el mismo título de su artículo:
Un Gobierno desesperante. Arranca fuerte:
Lo más asombroso del Gobierno de Rajoy es que, pese a la evidencia del fracaso de su gestión, se niega a contemplar siquiera el cumplimiento del programa del PP.
Recuerda como el socialista Enrique Tierno Galván --en opinión de este humilde lector de columnas, un político nefasto cuya buena imagen no puede borrar el desastre que supuso para Madrid que él fuera su alcalde-- sostenía aquello de que "los programas electorales de los partidos están para no cumplirlos". Añade:
Pero lo que no se atrevió siquiera a pensar aquel señor de Madrid que decía ser de Soria es que un partido, tras fracasar aplicando los programas de los partidos de la Oposición, se niegue a intentar, siquiera intentar, el propio.
Tras repasar la gestión 'mariana', sostiene:
Rajoy ha añadido un millón doscientos mil parados a los cinco millones de ZP, que es lo que habría subido si el PSOE siguiera en la Moncloa. ¿O realmente sigue? La reforma laboral, que no supuso desgaste real para el PP, se quedó a medias, y esa mitad la enterrarán los jueces de lo Social. Y los dos agujeros negros del derroche zapaterino, Andalucía y Cataluña, como no ven mermados sus ingresos, aumentan los gastos.
Concluye:
La reforma institucional se olvidó para centrarse, dijo Rajoy, en la economía. No ha hecho una cosa y no ha arreglado la otra. ¿Pero para qué se presentó a las elecciones el PP? Esto es desesperante.
Carlos Cuesta, también en el generalista de Unidad Editorial se expresa en términos similares con un artículo titulado
La muerte de la derecha. Arranca:
Se le dijo que debía acometer de inmediato la reforma de las administraciones públicas, que era necesario abordar el problema del Estado autonómico desde la raíz. Pero a fecha de hoy ni existe la reforma, ni nadie alberga la esperanza de que, en caso de llegar tras 1.000 anuncios, lo sea en profundidad.
Se le dijo que debía desmantelar las sociedades, entes, fundaciones, empresas y demás chiringuitos públicos. Pero la respuesta ha sido una mínima reestructuración que ni siquiera ha evitado el aumento de personal en empresas públicas.
Continúa así con un total de ocho "Se le dijo que.." y otras tantas acciones en sentido contrario de Rajoy. Incluye un noveno:
Se le dijo a este Gobierno todo lo que no debería haber hecho falta decirle porque no es sino el discurso propio de la derecha. Y lo que ha hecho ha sido lo contrario.
Concluye:
Hoy asume ya que cerrará la legislatura en 2015 con casi un 26% de paro, más de tres puntos por encima de la herencia recibida. Pero lo que aún no admite es que, si no cambia el rumbo de su política, su fracaso supondrá la entrega de España a un amasijo de izquierdas e independentistas que pasará como un rodillo en medio del mayor desprestigio imaginable de una derecha que ni tan siquiera lo ha sido.
En el periódico de la 'disciPPlina' encontramos dos artículos que son una crítica general a la clase política española pero en los que, si Rajoy es sincero consigo mismo, el presidente del Gobierno puede y debe verse reflejado a sí mismo.
Ángela Vallvey reflexiona en La Razón sobre el
Perdón.
Tras escribir sobre la importancia del mismo, y analizar la etimología de la palabra, concluye:
El ofendido regala su perdón pero el ofensor, demasiadas veces, no es capaz tan siquiera de pedirlo porque su mezquindad le impide tolerar la generosidad ajena, considerándola humillante. Porque aceptarla sería también un acto de benevolencia y no puede ser generoso alguien acostumbrado a agraviar, insultar y agredir.
Muchos responsables del desastre actual de España no han ido a la cárcel como deberían, y lo que es peor: ni siquiera han pedido perdón.
Alfonso Ussía se muestra crítico con el despilfarro de los políticos, y de hecho cita en concreto a Rajoy por su cargo (pero no por su nombre) en su artículo
Asesorar. A este humilde lector de columnas le ha llamado la atención, eso sí, que la columna esté inspirada por un buen reportaje publicado un día antes en el suplemento dominical Crónica de El Mundo --
Intocables-- y que el de La Razón no tengo la cortesía de indicarlo en su texto. Al margen de eso, es una buena columna:
Se entiende que un Presidente del Gobierno cuente con un número estimable de asesores. Pero si son 245, no se entiende. Se admite que el defensor del Pueblo Vasco necesite ser asesorado por colaboradores que cubran sus desconocimientos. Pero si son 32, no se puede admitir. Se trata de poner dos ejemplos. En España, los políticos se dejan asesorar por más de veinte mil asesores, y el dato me preocupa. Cada día que pasa me apercibo con mayor claridad de mi nadería. Jamás he tenido un asesor. Bueno, tengo un asesor fiscal, pero a mi cargo, no al de los contribuyentes.
Lanza una propuesta:
En las listas electorales, y para no seguir engañando y sangrando económicamente a los contribuyentes, los candidatos harían bien en especificar entre paréntesis el número de asesores que precisarían en el caso de ser elegidos. De tal guisa, que el votante pudiera calcular lo que le va a costar en impuestos elegir a uno u otro. Es demagógico escribir que los asesores tienen que desaparecer. Son necesarios. Y muy útiles. Pero más necesarios y útiles si son muchísimos menos.
Concluye:
Hay asesores fundamentales y hay asesores que sólo sirven para ayudar a quitar los abrigos a los que visitan a los asesorados. Asesores de despacho y asesores de escaparate. Y existen políticos tan excesivamente asesorados, que se convierten irremediablemente en asesores. Por ejemplo, Mas, que cuenta con más asesores que el propio Presidente del Gobierno, es a su vez el asesor de la familia Pujol, y así les va a los Pujol, que no salen de una y ya están metidos en otra. Mas tiene aspecto de asesor y el remedio no pasa por acudir a una peluquería en pos de un cambio de imagen. El que nace asesor muere siéndolo. Y es muy bonito, pero ruinoso para los demás. Así que, a trabajar más y asesorarse sólo en lo imprescindible.