Hace unos días el Papa, Benedicto XVI, se reunió con 150 cardenales, las imágenes que nos ofrecieron en televisión daban la impresión de que aquello parecía el salón de día de un geriátrico, ante aquella imagen, ante tanta senectud, dicho sea con el máximo respeto a sus eminencias, uno puede llegar a comprender los motivos por los cuales a la Iglesia Católica le es más que imposible “ponerse al día”. En dicha reunión se llegó a la conclusión de la necesidad de hacer un manual sobre cómo combatir la pederastia. Al parecer la cosa es mucho más seria de lo que ha trascendido sobre el comportamiento pedófilo de algunos, por lo que se ve muchos, clérigos y por eso el Vaticano ha decidido preparar una instrucción dirigida a las conferencias episcopales de todo el mundo en la que se explicarán “las líneas para un programa coordinado y eficaz” para encarar las “casos de los clérigos pederastas”. El anuncio lo ha hecho el cardenal William Levada, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. El portavoz vaticano, Federico Lombardi, apeló a la necesidad de “un compromiso concreto en la protección de los niños –por lo visto aquello de “dejad que los niños se acerquen a mí” no es muy prudente ni recomendable en estos tiempos- y los jóvenes, así como la cuidadosa selección y formación de los futuros sacerdotes”. Yo creo que más que un manual de comportamiento sexual dirigido a los clérigos lo que se precisa es que en los seminarios se retome la enseñanza sobre lo ético y lo moral que parece que está obsoleta o más bien olvidada. En cualquier caso y si se admiten aportaciones para llenar de contenido el futuro manual, yo sugiero que en uno de sus artículos o normas, se diga lo siguiente: “Cuando el clérigo note una cierta excitación sexual deberá darse una buena ducha fría o recurrir al flagelo”. Aunque esto del flagelo lo utilizan mucho lo sadomasoquistas para encontrar mayor placer sexual. Retiro por tanto lo del flagelo y en su lugar recomendar que el “excitado” ponga sus partes pudendas sobre la parte baja del marco de una ventana de guillotina y deje caer la hoja por su propio peso. Esto creo que será más efectivo ya que casi con toda seguridad hará que al “excitado” pierda el “apetito” de inmediato. Para evitar, dado lo doloroso y traumático del hecho, que el grito del “excitado” se oiga allende los mares, este deberá morder un trozo de madera, de goma o lo más duro que tenga mano, puede servir el respaldo de un reclinatorio o de cualquier banco de la Iglesia.
Yo lo apunto, ahora todo depende del Vaticano.