Batalla contra Satán en Egipto: miles de musulmanes van a iglesias cristianas coptas para librarse del Maligno
El exorcista Samaan realiza un exorcismo en la iglesia de San Simeón
Dicen que la fe mueve montañas. Los cristianos egipcios presumen de que su fervor deslizó Muqattam, una colina de piel árida y cuarteada, hasta el extremo sureste de El Cairo. Mil años después de tan extraordinario milagro, una procesión de 'endemoniados' desfila hasta las faldas de la sierra para liberarse de Lucifer.
Horadada en su roca, la iglesia de San Simeón reúne cada jueves a varios miles de fieles cristianos y musulmanes ávidos de redención. La ruta que conduce al purgatorio atraviesa la existencia infernal del barrio de los basureros. En sus calles polvorientas y oscuras, las ratas merodean entre toneladas de desechos apilados a las puertas de las viviendas.
El padre Samaan levantó el templo en los años 90 y desde entonces libra entre sus muros su particular guerra contra los estragos de Satanás. La ceremonia semanal es una sucesión de cánticos y plegarias interrumpidos a menudo por los espeluznantes alaridos de los hechizados que pueblan los primeros bancos. "El cura tiene en su cuerpo el espíritu de Jesucristro. Yo vine una vez porque me dolían los ojos y él me sanó con aceite", cuenta a ELMUNDO.es Um Ashraf, una cristiana que arrasta a sus 57 años un cuerpo ajado.
Con sotana negra y luengas barbas, "baba" Samaan -como le llama su batallón de seguidores- es uno de los más reputados exorcistas del país árabe. Con la promesa de la curación, los peregrinos recorren cientos de kilómetros. En una ocasión una musulmana viajó desde Siria en busca de la salvación de su hija discapacitada. Según sus fieles, el sacerdote resuelve cada año cientos de casos de posesiones demoníacas.
'Síntomas' de los poseídos
La presencia del maligno, aseguran, se manifiesta a través de prolongados dolores de pecho o espalda y ciertas enfermedades graves. Incluso la falta de apetito sexual en las mujeres casadas es percibido como síntoma de que, sin saberlo, mantienen relaciones extramatrimoniales con Luzbel. "Sanaré a todos los que están poseídos por Satán", jura al micrófono el septuagenario Samaan cuando, después de dos horas, la misa consume el preludio de los exorcismos. "A quien le toque una gota de este agua puede estar seguro de que Jesús le curará".
La Iglesia de San Simeón está horadada en la piedra de la montaña de Moqattam.
La voz ronca del anciano, trufada de chascarrillos que encienden las sonrisas del público, instala en el templo una tensa expectación. El olor a incienso permanece aún suspendido en la atmósfera cuando el sacerdote abandona el altar y, escoltado por un ejército de jóvenes voluntarios, se aproxima a las gradas donde se retuercen los vasallos de Belcebú.
Una joven musulmana, con su cabellera cubierta por el "hiyab" (velo), es una de las primeras dolientes sobre las que Samaan rocía el agua bendita. "En el nombre de Jesucristo te ordeno que salgas", grita mientras los espasmos sacuden el cuerpo de la muchacha y chillidos de pánico se propagan entre quienes aguardan su turno. "Sal del cuerpo", insiste armado con una pequeña cruz de madera.
Unos segundos más tarde, el forcejeo cesa. De súbito el terror desaparece del rostro. La cabeza cancela su temblorosa agitación. Las extremidades dejan de batirse contra el suelo. Y el cuerpo febril de la joven, desposeído de cualquier resistencia, cae rendido en los brazos del cura. Los aplausos de júbilo retumban en la piedra cuando la chica, empapada y extraviada, escapa del trance y se levanta socorrida por sus compañeras.
Samaan talla con un rotulador la cruz en la frente y la palma de las manos y se abre entre la multitud para lanzarse sobre el siguiente espirítu. El litigio no siempre resulta tan pulcro y breve. Si Satanás se enroca, el exorcista zurra y escupe al enfermo hasta que el enemigo se esfuma y el cuerpo -víctima de la tunda y la saliva- desfallece o vomita.
Cuando recobran el hálito, pocos redimidos recuerdan los segundos de agonía. Quienes dicen haberlo vivido evocan lenguas de fuego devorándoles. "Estoy enferma. He acudido a muchos médicos sin sentir el más mínimo alivio. Mis amigos me aconsejaron que viniera porque me han hecho magia negra", relata Manal Adl Falil, una musulmana de 35 años llegada desde la provincia de Menufiya, en el fértil Delta del Nilo.
La brujería también 'habita' el cuerpo de la musulmana Azza, una madre de 28 años y habitante de la mediterránea Alejandría. "Está endemoniada desde hace 6 años. Grita constantemente y cuando escucha recitar el Corán se queja de que le duele el corazón y se desploma", asegura su progenitora Zeinab. "Es la primera vez que entramos en una iglesia porque en la mezquita no pudieron curarla".
El padre Makari Yunan ofrece un exorcismo multitudinario en la catedral copta de El Cairo al que asisten numerosas musulmanas procedentes de todo el país.
Siglos de pecado
La "yihad" (la guerra santa de los musulmanes) contra el leviatán se libra en misa y con versículos bíblicos. Los poderosos fogonazos del ritual de la minoría cristiana -que representa el 10% de la población egipcia- seduce desde hace centurias a los creyentes de Alá. Así, la tradición cuenta que en el siglo XIX el gobernador Mohamed Ali, padre del Egipto Moderno, recurrió a un exorcista cristiano para desterrar al demonio del alma de su hija Zuhra.
"Los exorcismos son necesarios porque cada vez se cometen más pecados y, como resultado, se han disparado las enfermedades", explica a este diario el también sacerdote exorcista Makari Yunan. Licenciado en Teología y Pedagogía, Yunan declara cada viernes la guerra a Lucifer desde la antigua catedral copta de El Cairo.
La calle egipcia, con tendencia al insomnio, no descansa jamás y el sacerdote no da abasto para expulsar a un diablo que anida en quienes poseen una devoción débil, profesan los "pecados del dinero o del cuerpo como el adulterio" y veneran las "aficiones del amor propio, la ambición del poder y el egoísmo". Para 'infiltrarse', dicen que el anticristo aprovecha los momentos de vulnerabilidad: la oscuridad, la visita a ciertas casas, las caídas al suelo o el paso por el cuarto de baño.
Decenas de vídeos se erigen como prueba del "don divino" que Yunan comenzó a practicar en 1976 y con el que ha recorrido el planeta. "No soy yo el que cura sino Jesucristo. No hay ningún nombre que domine al diablo salvo el de Jesucristo", matiza antes de glosar alguno de sus últimos 'prodigios'. "El pasado viernes dos mujeres enfermas de cáncer y otra con parálisis dijeron que se habían curado", agrega el religioso.
Tanto la Biblia como el Corán mencionan a los "jinn ifrit" (espíritus del diablo) y los jeques también celebran exorcismos. Pero algunos de sus fieles acaban recalando en las iglesias fascinados por la luminosa ceremonia copta y atormentados por el peregrinaje fallido de predicadores y curanderos. "Cualquier persona de cualquier clase o religión y con cualquier enfermedad es bien recibida. Nuestros días son como el vapor del agua. Se viven fugazmente y se desvanecen. Hay que aceptar a Jesucristo antes de que se acabe el tiempo", zanja el cura.
Fuente: Reportaje de Francisco Carrión en elmundo.es
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