Los 7 laureles de Indias |
CASI CENTENARIOS, AFERRADAS SUS RAÍCES a un paisaje que cambió de tiempo en un brevísimo suspiro exento de memoria, son siete desafiantes laureles, siete temerarios árboles, siete sombras que vertebran el horizonte, siete pilares amenazantes que se conjuran, en su siniestra quietud, para transmutar lo que fuera una vía transitable en una negra y fantasmal calzada.
Y hay rumores, en Montaña Morera (Tenerife). Murmullos y escalofríos habitan sus rincones. Los vecinos de este enclave olvidado -sumidos en una especie de turbio e inexplicable hechizo- se niegan a poner fin a una maldición cuyo origen nadie desvela. Aferrados a un sospechoso beneplácito, rinden culto a una especie vegetal de remota procedencia que alguien plantó en esta tierra fértil y que proliferó en número de siete. Y exactamente siete son los pecados capitales; siete también los espíritus malignos; siete los días que duran cada una de las cuatro fases de la luna. Y cuentan los que no son de allí -los que de fuera llegan ignorando el peligro- que son precisamente las noches de luna cumplida las más temerarias, porque bajo el blanco influjo de esta dama antigua y estelar los siete laureles parecen cobrar una presencia mágica y deslumbrante que invita al transeúnte confiado a detenerse en este macabro mirador, en el que antiguamente, cuentan las leyendas, se celebraban reuniones de mujeres solas o aquelarres. Bajo estos mismos laureles.
Este podría ser, salvando las distancias -que son muchas-, el macabro inicio de un cuento de Edgar Allan Poe o de H.P. Lovecraft, o de un más cercano Stephen King, y, por qué no, servir de guión para una película que, aprovechando los publicitados encantos de la isla como plató de cine, se rodaría en el mismo pueblo de San Andrés. Puede que así este núcleo invisible cobrara importancia para un ayuntamiento que no se ruboriza cuando dice que los siete laureles de indias de Montaña Morera "suponen un peligro para la carretera" (que no a la inversa). Y los condena a la pena de muerte. Y digo yo, ya que estamos inquisitorios, por qué no a la hoguera.
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