O de 70.000, pues tal es el número de enfrentamientos con el Maligno que carga sobre sus ya octogenarias espaldas este sacerdote italiano. Ahora, las entrevistas que con él mantuvo Marco Tosatti se han traducido en sus “Memorias de un exorcista” (Indicios). Texto: Milo J. Krmpotic’
Diecisiete veces al día a razón de siete días por semana, sin descansar los domingos ni recogerse en otras fechas de guardar como Navidad o Semana Santa. Así es el ritmo de trabajo del padre Gabriele Amorth, sacerdote italiano que desde 1986 ejerce el exorcismo en el Vaticano. ¿Tanto demonio hay suelto en el centro neurálgico del cristianismo mundial? Si a sus afirmaciones hay que hacer caso, sí: son legión. Lo mismo intramuros que de murallas hacia fuera: el humo de Satán se ha colado entre los estratos más altos de la curia lo mismo que insiste en ir apestando a pobres sujetos anónimos.
Momento en que damos un pasito a la derecha para ejercer el noble arte de la duda. ¿Es Amorth el antídoto para una epidemia que lleva milenios propagándose desde las mismísimas grutas infernales? ¿O representan sus actividades una pantomima anacrónica y mitómana para males del espíritu y la mente que más convendría dejar en manos de la psiquiatría? Los síntomas que describe en sus memorias, cuando menos, apuntan claramente a lo primero. Porque sí, hay “pacientes” que se limitan a entrar en trance y a farfullar entre babas mensajes que bien podrían ser el equivalente romano del complejo mesiánico que afecta a tantos turistas en Tierra Santa. Pero los hay también que, dotados súbitamente de una fuerza extraordinaria, deben ser sujetados por hasta seis o siete ayudantes; que se lanzan a hablar lenguas que jamás conocieron en su existencia normal, que predicen el futuro, que reptan por el suelo con la gracia de los ofidios, que reaccionan como víctimas de la peor alergia cuando se les ofrece un vaso de agua bendita, que materializan en sus bocas o vaginas clavos de diez centímetros de largo o que vomitan montoncitos de tierra cada vez que alguno de los demonios de su interior es expulsado por los rezos del sacerdote.
¿Hemos dicho “demonios”, en plural? Si todo es posible en la viña del Señor, la filoxera del Maligno intenta no quedarse atrás con su catálogo de atrocidades. Satanás, en cuanto capo di tutti diavoli, de un modo u otro está siempre presente. Pero del trabajo sucio suelen encargarse “equipos” en los que pueden figurar Lucifer, el número dos; Asmodeo, Belcebú, Serpiente, Astaroth… y una larga jerarquía infernal que, en orden descendente, acaba desembocando en las almas de ciertos humanos condenados al fuego eterno.
Tarde o temprano, todos ellos acaban identificándose. Tarde o temprano, además, todos ellos acaban cansándose del sufrimiento que les provocan las oraciones y la fe del exorcista y sus asistentes. Según el tiempo que hayan permanecido ignorados en el interior de su víctima, según la longitud de las raíces que hayan llegado a echar sobre su espíritu, todos ellos acaban señalando una fecha de salida tras días, meses o incluso años de encuentros: “La oración de la mujer -dice el demonio Zago al final del tratamiento de un ama de casa-. Es buena, y tú has venido muchas veces. Vosotros ganáis, me tengo que ir”. Pero ojo que no siempre cumplen su promesa, pues Engaño es otro de los nombres del Adversario.
Cuerpo a cuerpo
Seguimos con las preguntas indiscretas: ¿cómo se pegan a uno estos parásitos del averno? El exorcista vaticano señala dos causas principales. La primera, completamente inocente, consiste en ser víctima de un maleficio lanzado por una ex pareja resentida, una suegra de armas tomar o un compañero de trabajo con demasiadas prisas por promocionarse. Y la segunda incluye, a su vez, otras dos opciones: que se caiga de cuatro patas en el engaño de un ocultista (la de Amorth fue una de las voces que clamaron contra la saga de Harry Potter al considerar que no existe la magia blanca, pues todo acto de ese tipo -cartomancia incluida- procede del reino sulfúrico) o que uno practique misas negras nocturna y alevosamente.
Momento en que damos un pasito a la izquierda para observar al sacerdote desde un razonable escepticismo. Porque, según se desprende de su relato, prácticamente uno de cada cuatro hijos de vecino esconde en su billetera un carnet satánico. Condición a la que habrá llegado a través de la siguiente progresión pecaminosa: discotecas – tabaco – drogas – sexo – sacrificio de machos cabríos bajo la luz de la Luna. El alcohol se quedó por el camino y el venerable Amorth suma ya 85 primaveras, con lo que seguramente ignora que, a día de hoy, las que gastan fama de bruja en la pista de baile son precisamente las que no disfrutan de su sexualidad.
Aunque tampoco hay que pedirle peras al olmo: las creencias de nuestro héroe son las que son pero uno no es nombrado presidente de honor de la Asociación Internacional de Exorcistas sin haberse expuesto antes a centenares de salivazos (el esputo es la respuesta más habitual del sujeto poseído cuando se desencadenan las hostilidades purificadoras). Amorth inició su lucha “cuerpo a cuerpo” contra el demonio en 1986, con el padre Candido Amantini como adiestrador. A diferencia de su maestro, no cuenta con una sensibilidad especial, con un “carisma” natural que le permita discernir a simple vista quién lleva a la Bestia dentro y quién no. Pero tal carencia se ve compensada, como hemos visto, con una fe a prueba de cólicos (como los que una mañana le impidieron acudir a tratar a una mujer que la tarde anterior había predicho tal indisposición ante otro cura) y una ética laboral que haría palidecer al mismísimo Alexéi Stajánov (la lucha contra el comunismo, por cierto, es clave para entender el odio que Satán siente por Juan Pablo II y que le llevó, siempre según un testimonio diabólico, a levantar contra él la pistola de Alí Agca). Desgraciadamente, su oficio no cuenta con la complicidad de las altas esferas vaticanas y, a día de hoy, el padre Amorth sigue sin contar con un aprendiz al que transmitir su exorcista experiencia.
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