Iniciando el año 2011 y después de haber servido a la Iglesia, con luces y sombras, durante cuarenta y seis años ¿Cómo veo y deseo que sea la Iglesia del mañana o, mejor dicho, del hoy? Cuando permito al Espíritu Santo me inspire en lo más íntimo de mi ser ¿Qué Iglesia vislumbro?
Evidentemente, no puede ser otra que la Iglesia de Jesucristo y de los apóstoles, la Iglesia de los santos Padres, la Iglesia del Concilio Vaticano II, la Iglesia de Pablo VI en su hermosa Exhortación Apostólica “Para anunciar el Evangelio”. Pero ¿cómo es esa Iglesia? ¿Podemos, al menos, intentar esbozar algunas de sus características?
Es una Iglesia completamente dependiente de la Palabra de Dios, nutrida por esta Palabra y no por relatos familiares y ocurrencias. Una Iglesia que tiene la Eucaristía en el centro de su vida, que contempla al Señor, que todo lo que hace lo realiza en “memoria suya”, y no para ascender o para ganar; que se va modelando en su capacidad de entrega a su Señor y al Pueblo de Dios, especialmente en el servicio al sacramento de la Penitencia.
Una Iglesia que no teme utilizar estructuras y medios humanos, que se sirve de ellos, pero no se deja esclavizar por ellos. Una Iglesia que se dirige al mundo en que vive, a la cultura, con la simple palabra del Evangelio y no con alianzas humanas.
¡La gente está tan cansada de palabras! Por eso, una cierta discreción en el hablar, en las declaraciones, proporcionará a la palabra mayor dignidad y eficacia. La verdad tiene su propia fuerza, que no depende del tono de voz, sino de la coherencia entre palabras y hechos. Una Iglesia que nunca usa la mentira y la calumnia para obtener “pequeños triunfos”. Una Iglesia atenta a los signos de la presencia del Espíritu en nuestros tiempos, que valora los diferentes carismas, servicios y ministerios en la unidad de la comunión.
Una Iglesia consciente de lo arduo y difícil que es actualmente el camino para muchas gentes, de los sufrimientos casi insoportables de la humanidad; una Iglesia sinceramente partícipe de las penas y alegrías de los hermanos y deseosa de consolar y no de dominar. Que, dentro de las normas básicas, trate de facilitar y no de complicar la existencia. Una Iglesia que lleva la palabra animante del Evangelio a quienes están abrumados por pesadas cargas, recordando las palabras de Jesús: “Ay también de ustedes, doctores de la ley, que abruman a la gente con cargas insoportables, mientras ustedes ni las rozan con el dedo” (Lc 11, 46).
Una Iglesia que realiza un paciente discernimiento, evaluando con objetividad y realismo su relación con la sociedad moderna; que impulsa a la participación activa y a la presencia responsable, con respeto y consideración para con las instituciones, pero que tiene bien presente la palabra de Pedro: “Es mejor obedecer a Dios que a los hombres” (Hech 4, 19).
Lo que creo que más necesitamos, es tener un conocimiento serio de la eclesiología del Vaticano II, de lo que la Iglesia pensó de sí misma en ese acontecimiento del Espíritu Santo, que oriente nuestra mentalidad pastoral y nuestras actitudes de servicio. Porque del concepto que tengamos sobre la Iglesia misma - constantiniana, tridentina - del Vaticano II - de allí brotan nuestras actitudes pastorales. En fin, una Iglesia llena de esperanza, consciente que Jesucristo, no sólo es nuestro Señor, sino también el Señor de la historia.
1 comentario:
Ya tiene que cambiar bastante para que se cumplan todas tus expectativas aunque yo solo pondría una para hacérselo mas fácil y es que vivan de acuerdo al Evangelio y con la mirada puesta en Jesucristo. Me refiero por supuesto a la iglesia clerical que es la que necesita con mas urgencia ese cambio, los cristianos de a pié han creído en el Evangelio y han puesto como bandera la fe en Jesucristo y algo autodidactas también son por lo que se valen por sí mismos para caminar y como por otro lado tampoco son nadie, mejor aun para estar en comunión
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