Las clarisas de Lerma (Burgos), un monasterio de clausura lleno de monjas jóvenes y con lista de espera para entrar, se emancipan de la orden y se convierten en un nuevo instituto religioso
Muchos conventos de clausura languidecen por falta de vocaciones. El silencio de los votos ha dado paso al silencio de la ausencia, de los grandes espacios deshabitados, con comunidades en las que sólo queda un puñado de monjas ancianas, tan diminutas dentro de esos edificios enormes, fríos y también viejos. Algunas órdenes mitigan los efectos de la falta de relevo generacional 'importando' muchachas de Sudamérica, Asia o África para asegurar la continuidad de sus casas. Otras, las menos, han conseguido mantenerse a flote gracias al goteo de jóvenes que deciden apartarse del mundo y su frenesí y optan por la vida contemplativa. Y, luego, están las clarisas de Lerma, un monasterio insólito, con un éxito tan llamativo que lleva a algunos entusiastas a emplear la palabra 'milagro', tan socorrida cuando hay que explicar algo difícil: allí tienen lista de espera para entrar y la inmensa mayoría de las religiosas están por debajo de los 35. Abundan las jóvenes con carrera -Farmacia, Derecho, Empresariales, Medicina, hasta Ingeniería Aeronáutica-, que en muchos casos han renunciado a empleos lucrativos para encerrarse entre cuatro paredes junto a sus nuevas hermanas.
Hay un vídeo que pone a prueba las ideas preconcebidas: con ocasión de la visita a Lerma del predicador de la Casa Pontificia, el capuchino Raniero Cantalamessa, la RAI grabó el año pasado un breve reportaje que, cómo no, ha acabado colgado en YouTube. Lo primero que choca al espectador desprevenido es la edad de las monjas: al principio, uno cree hallarse ante el alumnado de un colegio religioso, así de jóvenes parecen muchas profesas y, con más razón aún, las novicias y postulantes. También llama la atención su número, tan elevado. Y, finalmente, sorprende su actitud: las radiantes monjas cantan y acompañan la letra con coreografías, incluso hay dos que se lanzan a bailar una sevillana ante el ilustre visitante, al que la comunidad en pleno despide haciendo la ola. Al padre Cantalamessa, que las presenta como «la resistencia cristiana de España», se le ve exultante y fascinado ante tanto entusiasmo: «Uno de mis cámaras, que no es hombre de Iglesia, quedó conmocionado, casi lloraba -relató el predicador al semanario católico 'Alba'-. Veía a todas esas monjas jóvenes, sus caras de alegría profunda, sincera, tan distinta de la alegría superficial del fin de semana, y le impactaba».
Desde hace algún tiempo, quienes tratan con el convento burgalés reconocían indicios de que su encaje en la regla de Santa Clara podía tener los días contados. Y acertaban: el Papa firmó a principios de mes un decreto pontificio que transforma el monasterio en un nuevo instituto religioso, bautizado como Iesu Communio, la Comunión de Jesús, y dedicado con particular atención, según han avanzado fuentes vaticanas,a la «evangelización de los jóvenes». Las religiosas han recibido la noticia, que supone su emancipación de las clarisas, como una «gozosa novedad» y una «fuerte responsabilidad» y han subrayado que no supone un cambio «de la noche a la mañana», sino el visto bueno a «la vida que ya venía viviendo la comunidad». Lo han dicho a través de un par de comunicados, además de apuntar su intención de ser «lugar de encuentro para avivar en comunión nuestra fe». ¿Más detalles? «La idea es no salir mucho en los medios», responde, encantadora pero firme, la hermana que se ocupa de atender las llamadas de los periodistas. Sólo se aviene a aportar un dato: son ahora mismo 181 monjas, contando una treintena de novicias y otras tantas postulantes. Y se vuelve a disculpar cuando se le pregunta por las razones del éxito arrollador de su convento: «Lo siento...».
La abadesa de ojos verdes
Detrás de esa excepcionalidad se esconde una mujer: la abadesa y ahora fundadora y superiora general Sor Verónica María, María José Berzosa en el siglo, un personaje tan atractivo como enigmático. El delegado de la archidiócesis de Burgos para las monjas de clausura, el padre Pablo Puente, tan reacio como las religiosas a hablar sobre el nuevo instituto, accede a definir a Sor Verónica con un solo adjetivo: «Es extraordinaria», dice. La información que existe sobre ella ha ido adquiriendo la consistencia casi legendaria de lo repetido mil veces: nacida en Aranda de Duero en 1965 y poseedora de unos insoslayables ojos verdes, dejó atrás la carrera de Medicina y a un novio que la adoraba para ingresar en el convento de Lerma, donde llevaban 23 años sin ninguna novicia. Se convirtió en maestra de las futuras monjas y, a la vez, en un imán para ellas. Cientos de chicas acudían a conocer a las religiosas y se quedaban prendadas de su modo de vida, pese a los rigores de la pobreza, al trabajo en silencio y a obligaciones como la de hacer un alto en el sueño a las dos y media de la madrugada para rezar maitines. «Nos llenaba de asombro también a nosotras mismas», admiten las monjas en su último mensaje. La comunidad -que, por falta de espacio, acabó repartida entre la casa madre de Lerma y el convento franciscano de La Aguilera, sometido a una ambiciosa reforma- fue ganando peso en el mapa de movimientos como Camino Neocatecumenal o Camino y Liberación y también se ganó el favor de poderosos benefactores que contribuyen a su sustento. El éxito, eso sí, tuvo el inevitable reverso de críticas y recelos, incluso dentro de la orden, donde se contempló con disgusto cómo el convento se negaba a enviar hermanas a otras casas menos afortunadas.
Sor Verónica, hermana del obispo auxiliar de Oviedo, Raúl Berzosa, se muestra huidiza ante la atención pública y elude a los medios de comunicación, pero dentro de sus dominios es una líder carismática y llena de recursos que contagia su pasión por Jesucristo. Ha sabido crear un ambiente y un 'estilo' que cautivan a muchas de sus jóvenes invitadas. En los testimonios de las monjas, recogidos hace cuatro años en el libro 'Ven y verás', una de las palabras más repetidas es 'alegría'. «Cuando entré en el locutorio, ¡no me lo podía creer! Eran alegres, divertidas; había luz; eran monjas de clausura y eran como yo», escribe Sor Gema, que entró en el monasterio en 2001. «Me encantaba venir a verlas, me contagiaban sus ganas de vivir, me llenaban de su alegría», apunta Sor Clara de Cristo, de 2003. «¿Qué vi en ellas? Transparencia, felicidad, rostros radiantes, enamorados, convencidos y convincentes. Vi comunión, vi belleza», resume Sor Ancilla, una estudiante de Arquitectura «apasionada del grunge, del rock y el metal» que llegó en 2004. Impresiona de manera especial el caso de la familia Ripoll, un matrimonio del Camino Neocatecumenal que tiene cinco hijas en Lerma. El año pasado, en la celebración del Corpus en la Plaza de Oriente, relataron su experiencia a los fieles madrileños: «Tú sabes, Señor, que estos no eran nuestros planes. Nosotros queríamos que se casaran y soñábamos con tener un montón de nietos. Pero son las mujeres más felices del mundo», dijo la madre, Inma. Y el padre, Jano, puso la nota de humor: «¿Qué hacemos con la furgoneta y con la casa, que antes era pequeña y ahora se nos queda tan grande?».
La proximidad a movimientos como Camino Neocatecumenal se revela como un hecho clave en la pujanza del monasterio burgalés. «Esas comunidades han hecho proselitismo y han mandado a muchas chicas hacia Lerma -destaca el teólogo Xabier Pikaza, que ha vivido varios años en un pueblo cercano y acudía en ocasiones a la liturgia en la iglesia del convento-. Es un mundo cerrado, con mucha labor interna de catequesis a muchachas». Pikaza, por cierto, ha tenido ocasión de comprobar otra singularidad de estas monjas, un rasgo de andar por casa que también distingue a la comunidad: «Los conventos suelen hacer dulces caseros normales, típicos de pueblo, a precios baratos -explica-. Allí, en cambio, debió de entrar alguna especialista y hacen por encargo unas tartas exquisitas. Son buenísimas. Y caras».