Ni rebeldes ni herejes: monjas
Las llaman rebeldes y hasta las tildan de herejes. Y los de siempre, los de la hoguera, exigen que las echen de la Iglesia. ¡Su pobre cantinela habitual! Son las monjas. Esta vez, las monjas de Estados Unidos, que celebran su convención anual. Se han reunido en San Luis unas 1.000 religiosas en representación de las 87.000 compañeras que hay en Estados Unidos. Son monjas de Dios, que piden una Iglesia más sana, comprometida, encarnada y samaritana.
Y pedir eso no es caer en la rebeldía (si son rebeldes lo son con causa), sino creer en el Reino. No son herejes, sino fieles seguidoras del Jesús de Nazaret que optó preferencialmente por los pobres. Aunque, desde Doctrina de la Fe, las estén vigilando con sumo cuidado.
No discuten dogmas ni principios básicos doctrinales. Sólo piden que el gobierno de la Iglesia sea, como ya exigió el Concilio, más corresponsable. Una palabra que huele a chamusquina y que ya ni se usa en la jerga clerical.
No cuestionan dogmas, sólo piden una Iglesia que no discrimene a la mujer y que, por lo tanto, le permita el acceso al sacerdocio. Con todos los honores y todas las de la ley. Porque la prohibición del sacerdocio femenino no es un dogma, por mucho que algunos consideren que Juan Pablo II cerró la cuestión. Lo que un Papa cierra otro lo puede abrir. Ejemplos sobrados hay en la historia reciente de la Iglesia.
No cuestionan dogma, piden simplemente que la Iglesia, en el campo de la moral sexual, reconozca en teoría lo que el pueblo de Dios viene haciendo en la práctica desde hace muchos años. El control de la natalidad, por ejemplo...¿O es que eso de la 'vox populi, vox Dei' sólo es verdad cuando les conviene a los jerarcas de turno?
No cuestioann dogmas, solo piden y luchan por una Iglesia sin poder ni privilegios, al servicio de los más pobres, esperanza de los desvalidos, con entrañas de misericordia. Una Iglesia libre, que viva, luche y sufra con el pueblo.
Eso es lo que piden las monjas de Estados Unidos. Y yo, también. Y, como yo, millones de católicos. Defienden ellas (y defendemos otros muchos) una sensibilidad eclesial hoy en franco retroceso: la que nos enseñó la Iglesia y aprendimos con el Vaticano II. Una forma de ser Iglesia tan digna al menos como la que defienden los conservadores. O más, sin duda. Pero éste no es el tema.
Y para defender su visión eclesial (la aprobada por la Iglesia en el Vaticano II) ofrecen vida entregada, pasión por el Evangelio, misericordia y diálogo serio, profundo y honesto con la jerarquía. No son exaltadas. Ni radicales. Son monjas que aman a Dios y a la Iglesia. Y luchan para que su forma de ser Iglesia tenga carta de naturaleza en la institución.
En la vida civil, la mujeres lucharon y, al fin, consiguieron sus derechos, hoy reconocidos. ¡Qué pena que en la Iglesia de Jesús todavía no se les reconozcan! Su discriminación hace tanto daño...Algún día, no muy lejano, los jerarcas tendrán que pedir perdón por ello. Y seguro que las monjas les perdonan. Como haría su maestro y señor, al que entregan sus vidas, sin buscar poder a cambio.
José Manuel Vidal
stagduran
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