El caso es de una crudeza brutal y resulta, a todas luces, extremo, pero refleja una realidad: con la crisis se ha producido un aumento del fraude de entre el 25 y 30% y, lo más llamativo, es que ha aparecido, además de los profesionales y los ocasionales, un nuevo tipo de defraudador: el que lo es por necesidad.
Cuenta Joseba Elola en El País en un reportaje titulado Mi brazo por 600.000 euros que hace un año una compañía de seguros encargó a un curtido investigador privado el caso de un hombre que había perdido un brazo en un accidente de coche y aludía que se había cortado con la sierra mecánica que transportaba. Resolverlo no fue demasiado complicado: el corte era demasiado limpio como para habérselo hecho en un accidente; y un dedo de la mano estaba en sospechoso mal estado.
El hombre pertenecía a una familia, de Valencia, en la que todos estaban en paro. Habían suscrito más de ocho pólizas de seguro y le habían convencido entre todos para que se amputara un brazo para cobrar en torno a 600.000 euros.
El hombre bajó al bar a tomarse un carajillo, se aplicó una anestesia local y se cortó el brazo a la altura del codo. Olvidó retirar el anillo de boda antes de amputarse la extremidad. Intentó recuperarlo a posteriori, lastimando el dedo.
Carlos Palos, director de Siniestros de Zurich, explica a El País que:
"Ahora, este nuevo tipo de asegurado traslada una deuda o sus malos resultados en el negocio a su seguro. Cobrar una indemnización se convierte en una manera de percibir dinero"
En 2003 se produjeron 54.114 intentos de fraude; en 2011, mucho más de doble, 130.959, según los datos que maneja ICEA (Investigación Cooperativa entre Entidades Aseguradoras y Fondos de Pensiones)
Francisco Valencia, director de gobierno corporativo de Línea Directa, en El País:
"El fraude se ha incrementado sobre todo en los colectivos que más han sufrido los efectos de la crisis: las pymes y los jóvenes menores de 26 años"
Mariano Paradell, con 50 detectives en su agencia, Grupo Paradell, explica al diario de Prisa que:
"España, Portugal, Grecia e Italia son países fraudulentos por naturaleza si se comparan con los nórdicos o los japoneses. Además, como las compañías muchas veces no denuncian, ni la fiscalía toma cartas en el asunto, esto se ha convertido en la gallina de los huevos de oro. El defraudador sabe que no hay un gran riesgo, que es poco probable que le pase nada por estafar a una compañía".
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