Las personas bien formadas sufren cuando un sacerdote o muchos clérigos dan un patinazo en materia sexual. Así ha ocurrido en los últimos años, cuando se han detectado en el clero numerosos casos de pederastia. Pero una persona bien formada sabe distinguir bien entre la doctrina y la conducta de quienes rigen la Iglesia. La persona bien formada sufre, sí, y pide al Señor remedio ante estos desmanes. Pero no padece escándalo en el sentido de que esta conducta inmoral le incite al pecado.
Ojalá que todas las personas fuéramos tan maduras en la fe que no sufriéramos escándalo nunca. Pero no sucede así. Conozco a hombres y mujeres con sólida formación teológica y moral que han sufrido gran escándalo de sus jerarquías a causa de no aplicar los dirigentes eclesiales las normas del dogma y del Evangelio a las directrices o normativa. La ortodoxia en la Iglesia Católica está garantizada por la misma promesa de Jesucristo; pero no así la ortopraxis.
La debilidad, miopía espiritual, incluso en ocasiones la malicia, han sido causa en nuestra querida Iglesia de arbitrariedades, abusos de poder, veleidades por parte de muchos dirigentes.
Ojalá que todas las personas fuéramos tan maduras en la fe que no sufriéramos escándalo nunca. Pero no sucede así. Conozco a hombres y mujeres con sólida formación teológica y moral que han sufrido gran escándalo de sus jerarquías a causa de no aplicar los dirigentes eclesiales las normas del dogma y del Evangelio a las directrices o normativa. La ortodoxia en la Iglesia Católica está garantizada por la misma promesa de Jesucristo; pero no así la ortopraxis.
La debilidad, miopía espiritual, incluso en ocasiones la malicia, han sido causa en nuestra querida Iglesia de arbitrariedades, abusos de poder, veleidades por parte de muchos dirigentes.
Enseguida salta a la vista la nefasta inquisición. Pero sin llegar a estos extremos podíamos citar centenares de casos y detalles en que los dirigentes abusan de su poder, intentan dominar incluso las conciencias, dictan normativas en desacuerdo con el Evangelio o con los dogmas. Abunda y ha abundado mucho este modo de proceder.
No quiero bajar a detalles. En numerosas ocasiones nos hemos fijado en ellos. Quede aquí constancia del gran peligro de mantener, sí, una doctrina sana, ortodoxa, con toda la limpieza, pero después una práctica al margen o contraria a la misma.
Se sirven en ocasiones para justificar esta conducta nuestros dirigentes del apoyo de canonistas e incluso de teólogos. Pero a la larga, después tal vez de décadas, aparece la incongruencia. Entretanto toca sufrir a quienes con claridad advierten estos desmanes. Si los denuncian, tal vez incluso se vean marginados o perseguidos. Y si están los denunciantes bajos de humildad, pueden llegar a dejar el redil de Jesucristo e inventar otros reductos, a todas luces lejanos del verdadero hogar de las almas.
Pero… ¿Es la culpa solo de los “soberbios”? ¿No es mayor la falta de quienes hacen de su capa un sayo o de su miopía la norma de vida? Creo que se hubieran evitado cismas y cosas parecidas, si quienes rigen los destinos de la Iglesia hubieran tenido muy en cuenta la ortopraxis auténtica. La norma ha de estar del todo acomodada al dogma, al mensaje del Evangelio.
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