Si es urgente cambiar la imagen que tenemos de Dios, de un dios de afuera a un Dios de adentro, de un Dios con nosotros del Antiguo Testamento al Dios en nosotros del Nuevo, también tendremos que cambiar la imagen que tenemos de Jesús y de la Iglesia. Una gran parte de los esfuerzos teológicos de la Iglesia en defensa de la ortodoxia se ha gastado para defender la divinidad de Jesús. No la niego, pero si Dios sigue encarnado, Jesús es el prototipo de hombre y de mujer, no sólo en lo humano sino también en lo divino. Mientras la religión cristiana insista en la exclusividad del carácter divino de su fundador y absolutamente superior y distinto a los demás fundadores, y como único salvador de la humanidad, no habrá diálogo entre las religiones. El Dios que nos da a conocer Jesús es un Dios kenótico, sin alardes de Dios, oculto como lo estuvo en Jesús y también lo está, de alguna manera misteriosa, en nosotros, sustento amoroso y fundamento de nuestro ser y de todo el universo.
La identificación de Jesús con los hombres y mujeres, no sólo con los hombres, como a veces se ha pensado y se piensa, al negar el sacerdocio a las mujeres, y sobre todo la identificación con los más pequeños e indefensos y con los pobres, quizás hubiera impedido, en la cultura cristiana, muchas guerras en nombre de Dios, muchas masacres, esclavitudes, genocidios, holocaustos, injusticias y desprecios hacia los demás y en especial para con los más humildes. Y Como dice José Mª. Rivas Conde, en su último artículo en Eclesalia: “Los métodos, tribunales y hogueras de la “Santa” Inquisición, bien aprobados y respaldados por la jerarquía, una jerarquía que incurre en el contrasentido de haber tenido excluida del cristianismo la cremación de… ¡cadáveres!, hasta el 5 de julio de 19 63, fecha de la Instrucción del Santo Oficio aprobada por Paulo VI, que la autorizó” (ECLESALIA, 11/01/11 ).
Lo que nos dicen los teólogos de hoy sobre Cristo es que a través del Jesús histórico podremos llegar a la divinidad como llegaron los apóstoles, y otros como Jon Sobrino desde los pobres. Es decir desde abajo, como Jesús. Y ponen el énfasis más que creer en Jesús, en creer como Jesús creía. Y de ahí se puede deducir que más que creer en Dios y alabarlo, de lo que se trataría es de vivir a Dios, como Jesús lo vivía, en el amor, la compasión y el servicio.
El cambio de la imagen de Dios y de Jesús, lógicamente, tendría muchas consecuencias para la Iglesia. La Iglesia dejaría, de ser la sociedad perfecta, piramidal y jerárquica, “fuera de la cual no hay salvación”, sino una comunidad en la que cristianos y no cristianos, podríamos sentirnos acogidos y en familia, y ello nos ayudaría a aprender a vivir en comunidad, en democracia, en justicia y nos enseñaría a dialogar, pues habría más democracia, más justicia y más diálogo. Sin superiores y por lo tanto sin inferiores. Sí no que el que sabe más será el que sirva y no al revés. Entonces sí sería símbolo, sacramento del Reino, pero nunca identificado con el Reino, los símbolos no se identifican con lo que representan, sino serían ídolos, y si significan la presencia de Dios, no son Dios, nosotros podemos ser símbolos del Dios que llevamos dentro, y nuestro deseo sería manifestar a Dios, manifestando el amor, pero no somos dioses.
Y la Iglesia sería símbolo profético de Dios, no tanto en documentos abstractos, sino en lo concreto, poniéndose del lado del que sufre y del que padece la injusticia, sin paternalismos, sin confundir la caridad con la limosna, que daña la dignidad del que la recibe.
Mientras tanto, sobre todo los laicos, aprovechemos y divulguemos lo que ya existe, aunque pequeño, como un grano de mostaza, las comunidades eclesiales de base, los grupos de reflexión, los grupos de voluntarios, las múltiples páginas por internet de cristianos, algunos alejados de la iglesia oficial, pero todos preocupados por la fe, por los pobres y seguidores de Jesús. Y escuchemos, aunque sea críticamente, a los teólogos que han perdido el miedo para decir lo que piensan. Y a los movimientos sociales en la lucha por la dignidad humana. (Eclesalia).
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