La supernova de Belén
«Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea (...), unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo (...) De pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría». El capítulo segundo del Evangelio de San Mateo –concretamente los versículos del 1 al 10– supone toda la información disponible –o al menos la fuente de más primera mano– referente a la estrella de Belén. Por una noche más, hoy colgará de forma simbólica en lo más alto de nuestros hogares a la espera de que Sus Majestades de Oriente irrumpan cargados de regalos. Ahora bien, ¿aquel acontecimiento fue un milagro o un fenómeno con base científica? Para empezar, ni siquiera sabemos si estos personajes eran realmente «reyes», ni si eran tres, ni si ejercían la magia –se trata de una traducción incorrecta– y tampoco su procedencia –Babilonia y Persia son las principales candidatas–. Sólo nos consta que, efectivamente, entregaron incienso, oro y mirra a un recién nacido que con el tiempo sería reconocido como el hijo de Dios.
El debate ha estado presente desde la Edad Media. Sin embargo, este año se ha revitalizado. ¿El motivo? «La infancia de Jesús», el libro publicado por Benedicto XVI. A la hora de repasar la niñez de Cristo, el Pontífice subrayaba que «sería un error rechazar» la hipótesis de que la estrella se tratara de un fenómeno «que se pudiera clasificar astronómicamente». Así, son dos las teorías que, según el Santo Padre, tienen más peso: la explosión de una supernova y, sobre todo, una conjunción planetaria. Ahora bien: ¿existen datos que hagan pensar que un fenómeno similar sucedió hace 2.000 años?
Las posibilidades están abiertas. ¿Una supernova? Emilio García, responsable de divulgación del Instituto de Astrofísica de Andalucía, opta por acudir al Evangelio apócrifo de Santiago para sostener esta afirmación. En ese texto, se nombra «una estrella indescriptiblemente grande» que «apareció entre esas estrellas y las deslumbró, de tal manera, que ya no lucían. Y así supimos que un rey había nacido en Israel». Algo, dice Gómez, que «encajaría muy bien con la supernova».
Así, lo que habría ocurrido en Jerusalén habría sido la explosión de una estrella muy masiva al final de su vida. «La estrella no se recupera y queda hecha jirones. Pero al ser un fenómeno tan energético, tan luminoso, el aspecto que presentaría en el cielo sería como si la estrella hubiera aumentado su brillo en un factor mil», dice el astrofísico.
Sin embargo, no se conoce a día de hoy registro alguno que avale que, por aquel entonces, se produjera una supernova. Pero «en China sí que quedó registrada el año 5 a. C.» –es decir, cinco años antes del año 0, fecha en la que varios historiadores sitúan el nacimiento de Cristo– «una nova». Este fenómeno consta de «dos estrellas girando una en torno a otra. Y una de ellas es de un tipo especial: la enana blanca, una estrella en su fase final». Y si bien esta estrella ya no genera radiación, «puede arrancar material de su compañera». El material se acumula en su superficie, lo que acaba provocando «una explosión incontrolable en el cielo».
Un rastro inexistente
«Lo más probable es que fuera una nova», asegura a LA RAZÓN Garik Israelian, investigador del Instituto de Astrofísica de Canarias. «Desde la Tierra se vería una estrella –en condiciones normales invisible– mucho más grande, con un brillo muy fuerte. Pasaría de tener una magnitud 7-8 a otra 3-4», añade. En su opinión, «una supernova es demasiado brillante. Aún hoy veríamos una nebulosidad derivada de la estela de neutrones que dejaría». En todo caso, hay que tener en cuenta, dice Israelian, «que en Babilonia, Egipto y China se habían detectado supernovas hasta quince siglos antes del nacimiento de Cristo».
¿Y la conjunción planetaria como «detonante» de la estrella de Belén? Se trata de una idea barajada ni más ni menos que por Johannes Kepler –citado por el Papa–. Corría una noche de diciembre de 1603 cuando el astrónomo alemán fue testigo de la conjunción de Saturno y Júpiter que se producía en la constelación de Piscis. Y, haciendo cálculos, comprobó que, en torno al año 6 a. C., se pudo producir un fenómeno similar, por lo que podría haber sido la señal que recibieron Melchor, Gaspar y Baltasar. Benedicto XVI recuerda, asimismo, que dicho fenómeno fue constatado en el siglo XX por el astrónomo Konstantin Ferrari d'Occhieppo.
Astrónomos contemporáneos como David Hughes, de la Universidad de Sheffield, lo avalan. Y es que, «si se lee la Biblia cuidadosamente, los Magos le dijeron a Herodes que vieron una señal. Y cuando dejaron Jerusalén, la contemplaron otra vez». Por eso, cree que «pudo tratarse de una triple conjunción entre Júpiter y Saturno». Es decir, ambos planetas se alinearían entre el Sol y la Tierra. «De esta forma, Júpiter y Saturno se acercarían en el cielo tres veces en un periodo corto de tiempo». Para Israelian, «el efecto sería similar al de una estrella superbrillante». Una conjunción que, como ha recordado su colega Tim O'Brien, director asociado del Jodrell Bank Observatory de Cheshire, «sólo se da cada 900 años».
Tampoco se puede pasar por alto, dice García, «que los Magos eran astrólogos», en una época en la que «la astronomía y la astrología no estaban tan separadas como en la actualidad».
La presencia del ya citado cometa Halley en el 12 a. C. o que no fuera otra cosa que el planeta Urano –de tal forma que los Magos lo habrían descubierto casi 1.800 años antes de su hallazgo en el siglo XVIII– son otras de las conjeturas puestas sobre la mesa. Eso sí, si estuviéramos ante un fenómeno natural, no tendría que estar en contraposición con la fe cristiana. «Significa implícitamente», escribe Benedicto XVI, «que el cosmos habla de Cristo».
Un cuadro del siglo XIV, origen de la estrella «actual»
No nos dejemos llevar por las apariencias. Cierto es que la estrella de cola plateada omnipresente en estas fechas se asemeja a un cometa o a una estrella fugaz. Sin embargo, como apunta Emilio García, dicha imagen «no corresponde a los textos sagrados». «Es muy posterior, pues se basa en el cuadro "La adoración de los Reyes Magos" pintado por Giotto» en torno a 1304. No en vano, «se inspiró en el cometa Halley», que orbita alrededor del Sol cada 76 años, «y que por aquel entonces surcaba los cielos».
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