En la casa se ven máscaras de dioses colgadas en las paredes; altares de santos con pájaros muertos, disecados; una olla llena de piedras, extraídas de un río; un par de flechas rojas que se cruzan y forman una X.
Arriba, en el segundo piso, cuarto principal, varias muñecas de trapo están amarradas a las cortinas de una ventana. Quien las puso ahí se las arregló para que sus rostros no se puedan ver. Las muñecas, literalmente, abrazan las cortinas, se ven de espaldas.
En una biblioteca de ese cuarto hay unos 30 libros. Los lomos de la mayoría anuncian el mismo contenido: Magia. También se ven collares en un cofre transparente. Muchos collares.
La casa está ubicada a las afueras de Cali. El pastor cristiano Jans Anderson Pechené permitió que lo acompañara bajo una condición: no revelar la identidad de su propietario. “Vamos a hacer una liberación de esa persona y no es conveniente que se publique su nombre en un periódico”, advirtió.
Sólo se pueden contar algunos datos, los relevantes para entender la historia: el dueño de esa casa, que está rodeada de montañas, se dedica a la santería, una religión que fusiona creencias católicas con la cultura Yoruba, tribu del oeste de África.
Quienes la profesan creen en un dios supremo llamado Olodumare. Creen que existen deidades, los orishas, espíritus que intervienen entre su dios y los humanos. Y creen que con comunicarse y rendirles tributo a esos espíritus por medio de ritos y sacrificios de animales, se puede cambiar el destino, incluso espantar la muerte de una persona.
“Yo enterré un muñeco en un cementerio y realicé ofrendas a los dioses para salvar a uno de mis hijos de una enfermedad. Fue desahuciado por un médico cuando era niño”, confiesa, de pronto, el propietario de la casa.
Ahora está sentado en su cama, en el cuarto principal. Su hijo, del que habla, que luce un rostro pálido extremo, está por ahí, frente a un computador. Tiene unos 14 años.
El dueño de la casa sigue con su historia. “Sólo necesito el nombre de alguien para saber quién es, a qué se dedica, y doblegarle su voluntad”.
Para hacerlo les reza a sus dioses, dice. Habla de obatalá; de eleguá; de changó; de oyá; de oshún. Comunicándose con ellos, asegura que también puede salvar matrimonios. O hacer que un juez firme la salida de un preso. Por lograrlo le pagan fortunas.
Sin embargo, a pesar de todo el poder que supone tener, se escucha preocupado, se frota las manos, se pasa una de ellas por la frente. Dice que le están sucediendo cosas extrañas desde que decidió retirarse de la santería. Habla de un libro. Uno que hurtó de la casa de su padrino en esta religión. “Es un texto prohibido para los que no son sacerdotes. Pero lo cogí, le saqué copia, y lo que leí me asustó. Esta religión la venden como algo puro. Pero ahora sé a quién le estoy sirviendo y me quiero retirar, dejar mis santos”.
Desde entonces ha sentido que la muerte lo persigue. Tanto que un bus arrasó su carro, justo el día en que decidió no sacrificar una paloma para sus dioses. Es un ritual obligatorio.
“No sé qué pueda pasar, pastor, no sé qué puede pasar si me retiro de esto. Estoy metido en algo muy serio”, insiste con angustia.
El pastor Jans lo tranquiliza. Le habla de la Biblia. De versículos sobre ocultismo. Practicarlo, explica, es la ventana que abre una persona para que fuerzas extrañas influencien en su vida. “Pero ni la sangre de las palomas, ni pactos con el diablo, ni ninguna práctica ocultista, está por encima de Dios”.
El pastor le cuenta la historia de un hombre que conoció hace poco. Llegó a Cali desde Pereira, huyendo. Pertenecía a una secta satánica. Allí, para ser sacerdote, le ordenaron un sacrificio macabro: matar a su hija de tres años. El hombre no lo hizo. Entonces tuvo que salir de la ciudad. En su secta lo amenazaron de muerte por no cumplir el pacto. Llegó a la iglesia del pastor, el Centro Cristiano de Amor y Fe, pidiendo ayuda. Jans oró por él. Cuando lo hizo, dice, se manifestaron demonios que hablaban en lenguas extrañas y hacían que el hombre desarrollara la fuerza de diez luchadores. Sin embargo, quedó libre. “Es el caso más difícil que recuerdo”.
Ahora el pastor le pide al dueño de la casa que lo deje orar. Acepta, cierra los ojos. El pastor le dice que reciba a Cristo y declare que renuncia a la santería. Después saca una botella que contiene aceite de unción y le impone sus manos en la frente. Ora con vehemencia, cita la Biblia, menciona el nombre de Jesucristo. Después le habla a cada uno de los dioses del dueño de la casa: obatalá; eleguá; changó; oyá; oshún. Fuera de este cuerpo, ordena. Al dueño de la casa le empiezan a temblar las piernas, parece caerse de espaldas. Se sostiene, sin embargo. Pasan unos minutos. Dice que siente un frío en uno de sus brazos. El rostro se le descompone, suda. Siente que está mareado. Por eso pregunta si le dieron vueltas. Nadie le dio vueltas.
Ahora llueve. Afuera de la casa, mientras caminamos de regreso a la ciudad, el pastor Jans hace su diagnóstico. Quien vive en ese hogar no tiene una posesión diabólica como tal. Cuando existe una posesión, explica, el espíritu que está dentro de la persona tiene el control total de la conciencia y este no es el caso. Sin embargo, agrega, las fuerzas ocultas operan en varios niveles. Y el dueño de esa casa tiene lazos con energías poderosas que lo atormentan. “Para cortarlas no basta una sola liberación”.
El pastor se despide, va a atender otros casos. A diario deber orar por personas que se sienten atormentadas por el diablo.
Monseñor Rafael Morales, exorcista
Monseñor Rafael Morales fue poseído por una legión de demonios. En 1975. “Para poder ser exorcista viví una experiencia dura, al estilo de los antiguos caballeros que los ponían en vigilia a velar las armas. En mi caso yo fui poseído por muchos demonios a la vez. Para vencerlos pasé 7 días en oración y en ayuno. Y el Señor me enseñó a luchar. Al final sentí que Él hacía la obra, que los expulsaba. Y en una revelación vi que se iban muy lejos, como si fueran una manada de murciélagos. En la boca sentía un sabor extraño: ceniza y pescado”.
Monseñor está sentado en una banca de su parroquia, la Iglesia San Francisco, pleno centro de Cali y su base de operaciones contra el mal.
Aquí es común que lleguen personas que le piden un exorcismo por un hijo, por una tía, por la mamá, por ellos mismos.
Los miércoles, además, sale a recorrer casas. Ese es otro de los requerimientos. Liberar casas y negocios porque se sienten cosas raras. Muertos; objetos que se caen sin motivo; espacios que se sienten helados así en la ciudad haga un calor de 35 grados.
Monseñor Morales es el único sacerdote católico avalado por la Arquidiócesis de Cali para realizar el rito de expulsar demonios o fuerzas malignas. Debido a que los casos se repetían una y otra vez en todo el mundo, el Vaticano, en cabeza de Juan Pablo II, ordenó que cada Arquidiócesis debía designar un sacerdote capaz de enfrentarse a esas fuerzas.
Porque no cualquiera puede acometer esa tarea, dice Monseñor. Para expulsar demonios se requiere de la gracia de Dios, de Fe, un llamado divino y una preparación dirigida. También permanecer en oración.
Monseñor nació en Trujillo, Valle, en 1929 y ya tiene 36 años como exorcista. La primera persona que recuerda haber liberado fue una mujer que estaba a punto de morir. Tenía una extraña dolencia en el estómago. Los médicos, a pesar de que le practicaron exámenes, no encontraban enfermedad alguna. Cuando Monseñor llegó, le puso sus manos en el vientre. Sitió un movimiento extraño, como si dentro de ese estómago la mujer tuviera el corazón. Su discernimiento le indicó que era un asunto de energías poderosas y malévolas. Monseñor oró. La dama se levantó sana.
Era, cuenta el sacerdote, una mujer influenciada por una fuerza maligna. Porque no todos los casos de exorcismos se hacen a personas que hablen en lenguas, cambien su tono de voz, tengan una mirada fría y fuerza sobrehumana. En realidad, dice, casos así no se presentan con regularidad. “En los 3 años que he estado en esta parroquia he atendido dos de esas posesiones por año. El resto son influencias, energías que se posan en un órgano de una persona para enfermarla”.
Y existe un estudio que ordenó Monseñor Isaías Duarte Cancino. El jerarca católico (q.e.p.d.) quería averiguar cuántos de los exorcismos que se practicaron en la Arquidiócesis de Cali mientras él estuvo a cargo, eran en realidad una posesión demoniaca en donde un espíritu dominara la conciencia de una persona. “De más de 900 exorcismos estudiados, ninguno era una posesión”, recuerda el padre José González.
¿Pero qué sucede entonces? Por qué una persona puede llegar a sentirse enferma o poseída debido a influencias, energías, demonios?
Monseñor coincide con el pastor Jans. Cali es una ciudad en donde se practica el ocultismo: brujería, lectura de tarot, satanismo, santería. Quien se mueva en esos asuntos es presa fácil de fuerzas misteriosas.
Problemas de salud mental
En la Unidad de Salud Mental del Hospital Universitario del Valle también se cuentan historias de personas que han ingresado allí por supuestas posesiones diabólicas.
“Aunque son muy pocos esos casos, sí hemos tenido pacientes cuyas familias nos expresan, según sus creencias, que están poseídos por demonios”, dice Henrry Valencia, médico Psiquiatra y subdirector de la Unidad.
Sin embargo, Valencia explica que, desde el conocimiento científico, no es posible que un fenómeno paranormal como una posesión se presente. “No se ha comprobado, desde la medicina, que un ser humano pueda ser poseído por un demonio. Todavía no hemos llegado hasta allá, ni conocemos evidencia médica, ni estudios, que lo corroboren”.
Hace 3 años, a esta Unidad llegaban en promedio 2 jóvenes por mes, trastornados por prácticas como la tabla Ouija. Pero para el psiquiatra esos trastornos tampoco tienen relación con espíritus del más allá. “Por lo general eran adolescentes y presentaban cuadros de angustias o psicosis por la utilización de esta tabla”, explica el psiquiatra. Esos cambios de comportamiento se originan, según la ciencia, por el alto nivel de estrés emocional que se experimenta en una sesión de espiritismo o prácticas satánicas.
Un sacerdote escéptico
Esta historia termina con un sacerdote ortodoxo y escéptico: Édilson Huérfano. “Yo le puedo decir que de 1.000 exorcismos que se hacen, sólo uno es posesión demoniaca”, dice.
Cuenta que lo han llamado madres desesperadas que aseguran que sus hijos están poseídos. Cuando llegó a esas casas, se encontró con muchachos drogados que simulaban la posesión para despistar a sus padres. Casos así son comunes, asegura.
Sin embargo, en Floralia, en agosto de 2010, le sucedió algo que todavía no se logra explicar. Un mayor de la Policía, Reynaldo Gómez, lo buscó con desespero cuando el padre jugaba fútbol. Le dijo que tenía problemas con tres mujeres. Édilson pensó que era un asunto de pandillas.
Cuando llegó a la casa se encontró con un ambiente que olía fuerte, a incienso. Y sintió escalofríos. Al frente, tres mujeres de una misma familia, madre y dos hijas, estaban en trance.
El padre empezó a orar, a regar agua bendita, a leer el Salmo 108. Cuando tocó a una de las mujeres con el agua, reaccionó como si la hubieran quemado y lo atacó violentamente. Entre tres hombres no eran capaces de controlarla. Otra de las mujeres se reía como una niña. Y sus pies tenían el color de un muerto.
Todo duró dos horas. Las mujeres se quedaron dormidas después de las oraciones. Cuando salió, Édilson Huérfano empezó a vomitar. Y terminó tan cansado, que durmió 2 días seguidos. Todavía nada de lo que pasó ahí se lo ha podido explicar.
Fuente: elpais.com.co
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