El misionero Ángel Olaran recibió ayer la Medalla de Oro de Gipuzkoa
Un hombre con aspecto de estar perdido deambula bajo la arcada de la Diputación de Gipuzkoa. A su alrededor un grupo de dantzaris se prepara para intervenir en una conmemoración especial. El hombre viste de forma sencilla. Una chaqueta marrón de paño, un jersey de pico verde, una camisa blanca y un pantalón gris. Los cámaras de televisión y los fotógrafos de prensa toman posiciones para captar el gran momento. Apoyado en una pared, el hombre parece solo y algo ausente, como si no supiera muy bien qué ocurre aquí.
Comienza a llegar gente elegante. Muchos se acercan al hombre perdido y le saludan. Algunos le dan un beso y le abrazan. Otros comienzan a conversar con él. Un mendigo bien abrigado se abre paso entre la gente acompañado por un perro con una bolsa de plástico a modo de chubasquero. Un grupo de txistularis empieza a tocar, los dantzaris entran en acción. El hombre está ya en un extremo de los soportales, junto al diputado general de Gipuzkoa, Markel Olano. Todo comienza. El protagonista es él. Aquí se llama Ángel Olaran. Allí le llaman Abba Makalu, el ángel de Dios.
El hernaniarra Ángel Olaran, misionero de los Padres Blancos, recibió ayer la Medalla de Oro de Gipuzkoa por el trabajo que ha desarrollado durante años en Tanzania y Etiopía. El acto de entrega del galardón estuvo revestido de esplendor y solemnidad, como corresponde a tan alta distinción. Pero, sobre todo, quedó marcado por las palabras del misionero, que lanzó una tras otra andanadas contra la línea de flotación de nuestras conciencias. «Visto desde el mundo enriquecido se aplaude este tipo de servicio», dijo tras recibir la medalla por su labor y la ovación de los asistentes al acto institucional. «Visto desde el mundo empobrecido, este aplauso puede producir náuseas», se lamentó.
Ángel Olaran se acercó al atril con su medalla en el pecho. Rebuscó en el interior de su chaqueta para localizar sus gafas y su discurso, y seguía hurgando en sus bolsillos cuando comenzó a hablar. «En Tanzania he estado veinte años entre sabanas y bosques, entre sendas que se cruzaban y se perdían; cuando llegaban las lluvias los caminos desaparecían y una vez me crucé con veinte serpientes, pero os puedo asegurar que nunca me he encontrado tan perdido como aquí».
Y eso fue todo. A partir de ese momento el hombre perdido dejó de serlo y dio la sensación de que eran quienes le escuchaban los que habían dejado de encontrarse. Abba Makalu empezó a hablar «desde el punto de vista del perdedor», obligado a habitar un mundo en el que «nunca en nuestra historia se ha causado y consentido tanta muerte como ahora y nunca la sociedad se ha vanagloriado de tanta democracia, civilización y exquisitez humana, incluso religiosas».
Olaran describió la situación que se vive «allí», en lugares donde «la economía global, a falta de alimentar cuerpos, alimenta cementerios con 100.000 cadáveres diarios, de ellos 29.000 niños y niñas», y donde «500.000 madres, sólo en África, han muerto en el parto por falta de alimentación básica y de atenciones médicas». Es un mundo donde «la injusticia global causó en 2007 la muerte de 37 millones de personas».
Robin Hood moderno
El misionero hernaniarra reside en Wukro, en el norte de Etiopía, donde hace diez años inició un proyecto destinado a huérfanos. También asiste a niñas a las que la miseria ha conducido a la prostitución, ha puesto en marcha un sistema de microcréditos y un plan denominado Jangela Solidaria. Antes de convertirse en religioso fue empleado de Banca. La economía no le es desconocida y menos ahora, que conoce sus dos puntos de vista: el del Norte y el del Sur.
Abba Makalu ofreció durante su intervención toda una lección sobre la realidad económica vista desde los ojos del perdedor. En realidad no dijo nada estrictamente nuevo, pero sus palabras sonaron distintas, quizá por la sencillez y convicción con que las pronunció ante la crema y nata de la sociedad guipuzcoana. «En la colaboración comercial Norte-Sur, siempre, siempre, el Norte se beneficia económicamente por las subvenciones que se ofrecen a los labradores de Occidente y que condicionan de tal manera los precios internacionales que los productos importados de Europa como el algodón, conservas de tomate y otros, son en África más baratos que el algodón o el tomate envasado en el continente».
«El Robin Hood moderno roba al pobre para ayudar al rico», afirmó Olaran, que continuó con su contundente alegato. El misionero criticó la corrupción en África, y cuyo dinero se invierte en la industria de Occidente»; censuró «la imposición de que no se carguen aranceles aduaneros a los productos que de Occidente llegan a África» y arremetió contra la venta de armas al Tercer Mundo «por muchos embargos que existan».
Olaran hablaba con la voz del perdedor y no paraba. Recordó que «el reajuste estructural del FMI obliga a los países del Sur a privatizar servicios públicos, reducir presupuestos y pagar las falsas deudas para con el Primer Mundo». También mencionó «las evasiones de intereses por parte de las multinacionales». Y los recortes en la ayuda al desarrollo. Y «las guerras económicas de Biafra, Katanga, Angola y otras». «Hasta el propio demonio tiene que estar asustado de tanta maldad estructural. Creo que el pobre estará pensando que todo se le ha ido de la mano», resumió.
La Navidad
«Y mañana celebramos la Navidad». Olaran habló de Jesucristo, que «emigró, sufrió el miedo y la angustia de la muerte, llegando a sudar sangre». El religioso señaló que «a lo largo de su vida Jesús se identificó con el pobre, el abandonado, marginado, rechazado, la prostituta, la adúltera y en su testamento sostiene que el pobre es el camino más corto para llegar a Dios».
Si Dios «creó la persona a su imagen y semejanza, ahora se encarna a la imagen y semejanza del humillado, del no-persona. Y desde allí nos salva». Todo lo contrario, afirmó, de lo que ocurre en nuestra sociedad, donde «seguimos salvando con bendiciones, decretos y concordatos, lo que no se corresponde con lo que hizo Jesús». «No tenemos dificultad alguna en creer en la presencia de Dios en la Eucaristía, pero nos resulta incómoda la presencia de Dios en el pobre».
Olaran recalcó que se siente cómodo dentro de la Iglesia, aunque no eludió criticar a una institución en la que «hay muchos documentos sobre la justicia social y el medio ambiente». El misionero recordó que Juan Pablo II «llegó a confesar su opción preferencial por los pobres y afirmó que si alguien pasa hambre podría ser necesario vender objetos superfluos de las iglesias». Pero lamentó que «estas afirmaciones no hayan sido apoyadas con la firmeza e insistencia verbal que acompañan a documentos sobre los preservativos, abortos y matrimonios gay». «Posiblemente hasta el propio Dios tiene que estar decepcionado de cómo hemos conseguido encubrir tanto cinismo, tanta miseria económica y humana con actos de caridad y liturgias donde el pobre es el gran ausente», denunció.
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