Los que descienden al mar en naves,
y hacen negocios en las muchas aguas,
ellos han visto las obras del Señor.
Salmo 107:23-24.
El 27 de noviembre de 1892 el transatlántico Spree pasó por en una terrible tormenta. La situación empeoró cuando una pieza importante del barco se rompió, lo cual produjo un gran agujero en el casco. Había 700 pasajeros a bordo, entre los cuales se hallaba un predicador del Evangelio.
La tempestad no amainaba… Las bombas de agua estaban sobrecargadas y el Spree podía hundirse. La situación parecía desesperante, porque además el barco se había alejado de la ruta del tráfico Atlántico. Entonces el predicador pidió al capitán que anunciara una reunión de oración. El creyente empezó leyendo los versículos del encabezamiento de esta hojita y agregó: “Entonces claman al Señor en su angustia, y los libra de sus aflicciones” (v. 28). A continuación oró, predicó el Evangelio y luego mandó a los presentes a sus camarotes, para que esperaran que el Señor cambiara “la tempestad en sosiego” y se apaciguaran sus ondas. La respuesta vino por medio del vapor Hurón. El mar también se tranquilizó y los pasajeros fueron salvados. ¡El Spree no se hundió! Todos se regocijaron porque Dios los guió “al puerto que deseaban” (v. 30), es decir, a Queenstown, a donde arribaron el 2 de diciembre de 1892.
Así obró Dios en aquel entonces a favor de seres humanos perdidos que habían implorado su ayuda. Quizás el lector se halle espiritualmente perdido y ve solamente la muerte certera ante sí. Entonces, ¡acepte el perdón gratuito de parte de Dios por medio de Jesucristo!
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