Los surcos
Cuando una barca surca el mar, o cuando la tierra es arada, se dibujan surcos que quizás parecen profundos, pero que van desapareciendo con el paso del tiempo, sin dejar apenas rastro.
Ocurre lo mismo en la vida de cada persona, desde que empezamos a ser capaces de conducir nuestra propia vida, cada día transcurrido, va dejando en nosotros un surco, una marca.
En ocasiones los surcos son sólo superficiales, y la huella marcada desaparece en un tiempo breve. Otros en cambio, son profundos y sus señales van constituyendo poco a poco nuestra personalidad, nuestra imagen, nuestra vida.
Cuando por la mañana la luz del nuevo día nos abre a horizontes nuevos, nos lleva en primer lugar a dar gracias a Dios, el sol vuelve a brillar y con él cada cosa se nos ofrece como una nueva oportunidad,un nuevo color. Los instantes del día nuevo dejaran en nuestra alma su surco, después del hoy vivido, ya nada será igual.
Quizás tendremos la impresión de que vivimos otra vez una jornada humilde y sencilla, como lo fue la de ayer, como lo será seguramente mañana, pero cada día es un eslabón más en nuestro camino, y deja un surco que cruza nuestra vida, que la deja marcada para siempre.
Todas aquellas personas que intentan vivir en profundidad cuanto cada día les va regalando, van quedando poco a poco transformadas por esos surcos que al fin de la vida constituyen la hermosa imagen de quienes han intentado vivir en plenitud todo cuanto el Señor les ha ido regalando.
La marca dejada por los tiempos de gozo y del sufrimiento, no puede esconderse, porque los surcos dibujados en el rostro y el alma constituyen el verdadero retrato de cada uno. Texto: Hna. Carmen Solé.
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