Mariano Rajoy devuelve el derechazo a Rato: 'Y bailaré sobre tu tumba'
La leyenda de "fajador" de Rajoy pasará a los anales de la historia pugilística de la política española. Es el Paulino Uzcudun del centro-derecha español. Ninguno, anterior a él, ha soportado tanto castigo en los cuadriláteros del ámbito conservador español.
Suárez tiró la toalla antes de que sus propios compañeros de partido le hiciesen "besar la lona". Hernández Mancha tenía la mandíbula de cristal. Aznar destronó a un Fraga agotado por los años y "tocado" por los sucesivos KOs electorales que le infligió Felipe. Sólo Rajoy lleva décadas recibiendo "derechazos" que habrían tumbado a un elefante.
BAILARÉ SOBRE TU TUMBA
Mariano Rajoy tenía 30 años cuando un grupo de su tierra, "Siniestro Total", flipaba al personal explicándole lo que haría cuando se tomase cumplida venganza: "y bailaré sobre tu tumba" Aquel himno resonaba en las noches de vino y rosas de España, en los pubs y en las discotecas de Sanxenxo y en los oídos de un joven Registrador de la Propiedad que, ya había hecho sus primeros pinitos políticos, y aprovechaba los plácidos veranos para lamerse sus primeras heridas.
Desde entonces hasta ahora, al borde de diversos siniestros totales en su zigzagueante carrera política, ha bailado sobre la tumba de distintos y distantes enemigos.
Volvió de Madrid a Galicia para cobrarse una deuda con José Luis Barreiro Rivas, al que le sacó unos papeles comprometedores, después los colores políticos y al final la expulsión definitiva de la vida. A Pepe Cuiña, que le había birlado con nocturnidad y alevosía la presidencia de la Diputación de Pontevedra, le esperó con paciencia, le permitió soñar que era el delfín galaico de Fraga y fue escarbando la tierra bajo sus pies hasta que el viejo león le condenó a los infiernos.
Eran las primeras muescas en su revólver, que quizá desenfunda con lentitud, pero con una seguridad y una puntería pasmosas. La culminación ha sido desactivar el fantasma de Aznar, el hombre que que lo ninguneó mientras preparaba oposiciones en Génova, 13. Allí aprendió a no fiarse ni de su sombra. Allí se forjó este primer gallego que preside un Gobierno de España desde la restauración democrática, cuyos caminos son especialmente inescrutables.
UNA EXTENSA LISTA DE 'CADÁVERES'
Ni se inmuta a medida que van cayendo sus rivales, sus detractores, sus enemigos, como frágiles muñecos de feria, conformando una siniestra lista de caídos: María San Gil, Ortega Lara, Gabriel Elorriaga, Ángel Acebes, Eduardo Zaplana, Gustavo de Arístegui, Ignacio Astarloa, Carlos Aragonés, Juan Costa, Rodrigo Rato. ¡Presentes!
A Mayor Oreja lo ha dejado en el euroostracismo; a Esperanza Aguirre la mantiene asediada, en un permanente "2 de mayo" en Madrid; a Pizarro lo usó y se deshizo de él como un kleenex; a Josep Piqué, su talismán centrista, le ha dejado abandonado en el centro de la nada; a Camps lo ha convertido en un conmovedor ninot quemado que, paradójicamente, espera el indulto; a González Pons le ha hecho el viejo truco de la zanahoria manejada por un hilo: lo mantiene lo suficientemente cerca y lo suficientemente lejos; a Trillo se lo saca de encima con una beca "Erasmus"; a Javier le está dejando hundirse hasta el cuello en las Arenas movedizas de Andalucía...
Los populares se preguntan, y con razón, después de la victoria y del triunfal Congreso de Sevilla: ¿cómo es él, a qué dedica el tiempo libre? Podrían darles alguna pista la familia Zaplana y la de Jaume Matas, con quienes ha compartido cálidos veranos, pero serían meras especulaciones. Porque ya ni Rajoy sabe quién es Rajoy. Debería ser un incondicional de Alberto Núñez Feijóo, que le proporcionó la primera luz de una victoria electoral en el largo y oscuro túnel de las derrotas, pero su luna de miel se ha ido convirtiendo en luna de hiel.
Debería estarle agradecido a Basagoiti, el hombre que puso una pica en el País Vasco, pero ese chico es demasiado prisionero de sus palabras y Mariano prefiere a los dueños de sus silencios.
Debería estar haciéndole vudú a Alicia Sánchez Camacho, a la que le ha dado un subidón catalanista, pero tiene barra libre a ver si ahuyenta, sin prisa pero sin pausa, el espíritu maligno del Tinell. Después, ya "parlarem". El resto de los barones autonómicos son meras comparsas que adornarán las conferencias de Presidentes.
Mariano, como lo describió Moragas (en una ocurrencia que probablemente acabará pagando muy cara), es como el "Botafumeiro" de Compostela: "viene y va" Sube y baja, como las mareas atlánticas.
Pero entre la inmensa legión de españoles que se consideran sus amigos, se pueden contar con los dedos de una mano, quizá de dos, sus elegidos. Algunas y algunos están en su gobierno. Querían se ministras y ministros, pero han tenido que aceptar carteras que, a más de uno, les llevará a la tumba.
Rajoy juega con ventaja respectos a los que le rodean. Una vez que ha podido decirle a su padre mirándole a los ojos: ¡Papá, soy Presidente!, como in illo témpore le anuncio: ¡Papá, soy Registrador de la Propiedad!, ha colmado sus expectativas congénitas de opositor.
Ahora, a gobernar a su manera, a recortar los viernes, a codearse con la flor y nata europea, del G-20, de los dioses de paso de la tierra. Pero no es Felipe ni Zapatero. Añadido en su currículo el título de Presidente del Gobierno, vengados sus enemigos, no derramará una sola lágrima si los españoles acaban desahuciándole de La Moncloa al final de la legislatura. ¡El último que cierre la puerta! Después de él, el diluvio.
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