La Crónica de Hoy | Pederastia eclesial, víctimas y silencio
En el siglo XIII la Iglesia católica enfrentó una de las crisis más significativas de las que ha tenido en su historia: el origen; el movimiento social y apostólico iniciado por el hijo de un rico comerciante que, luego de recibir los estigmas de la cruz, se convirtió definitivamente en uno de los personajes más emblemáticos de la corriente eclesial que se compromete con la opción preferencial por los pobres: Francisco de Asís.Su pena de ser expulsado y excomulgado, Francisco se vio obligado a construir una nueva orden, y con ello, garantizar la institucionalización de un movimiento que, según los registros de la época, albergaba a más de 20 mil adeptos dispuestos a seguir letra a letra las enseñanzas del "hermano del mundo y la naturaleza".
Ante tal "peligro", la autoridad eclesial presionó a Francisco a darle nombre y forma a la nueva orden, la cual se sumaria a las llamadas "órdenes mendicantes", entre las que se prefiguraba ya con una enorme relevancia la creada por Domingo de Guzmán, en cuyo honor comenzó a conocerse como la "orden de los dominicos" que en realidad en sus orígenes llevaba el nombre de "orden de los predicadores".
Francisco redactó a regañadientes las normas que regirían su ministerio; la Segunda Regla, citada en mi libro Es Terrible caer en las manos del Dios Vivo, dice: "Los hermanos no pueden, de ninguna manera, ni recibir dinero ni mandarlo recibir, ni pedirlo, ni mandarlo pedir (…) Prohíbo formalmente a todos los hermanos que reciban ningún tipo de monedas de oro o calderilla, sea directamente, sea por persona interpuesta".
El poderío del mensaje de Francisco radica en dos pilares: 1) su rechazo al poder terrenal (político y económico) de la Iglesia católica; y 2) su decidida defensa de las víctimas, representadas mayoritariamente en los pobres, las viudas, los huérfanos, las prostitutas… es decir, todos aquellos estigmatizados ya no por la fe, sino en un sentido negativo por el prejuicio y la violencia social.
Todo lo anterior viene a cuento de cara a la visita del Sr. Joseph Ratzinger, Jefe del Estado Vaticano, para la cual los Gobiernos de Guanajuato y de la República, han destinado un verdadero despilfarro a todas luces cuestionable porque, al tratarse de una "visita pastoral", nada justifica que el Estado mexicano cargue con las cuentas de un acto estrictamente religioso.
Sin duda alguna, vale la pena preguntar qué pensaría Francisco de Asís, aplicando su Segunda Regla, al caso de la Iglesia católica mexicana de nuestros días.
Juan de San Pablo, gran amigo de Francisco de Asís, fue el Obispo que abogó ante el Papa Inocencio para que la "orden de los hermanos menores" -es decir de los más humildes y obedientes-, fuese reconocida al interior de la Iglesia. El argumento era demoledor: "No podemos rechazar la solicitud de este pobre sin oponernos al Evangelio mismo".
Francisco de Asís es paradigmático aún en nuestros días porque, desde su propuesta de la "pobreza pascual", recupera la tradición inaugurada por Job, tendiente a poner frente a Yahvé el rostro de las víctimas y exigirle que se revele en su propio rostro para hacerles justicia.
Joseph Ratzinger tuvo en sus manos los casos de los obispos y sacerdotes acusados de pederastia, y su respuesta ha sido primordialmente el silencio, el ocultamiento y peor todavía, la vacilación. Al no condenar definitivamente la pederastia y el no abogar por encima de todo por la restitución de la justicia evangélica, resulta un líder eclesial que traiciona los principios más elementales del cristianismo originario.
El poema medieval Stabat Mater dice, refiriéndose al dolor de María al ver a su hijo crucificado: ¡Y con qué melancolía / Las penas de su hijo veía! / ¡Cuántas ansías! / ¡Qué dolor! Si nos atenemos al espíritu del poema, no hay nada que justifique dar la espalda a las víctimas y mucho menos, no ser compasivo y solidario con quien ha sido objeto de la atrocidad de la violación y el abuso sexual por parte de sacerdotes y obispos católicos.
El Escándalo revelado por Francisco, que no es otro sino el Escándalo revelado por Jesús a través del Evangelio, se traduce hoy en el reclamo, directo al corazón de la jerarquía católica, la cual cometió la atrocidad de defender y solapar, a lo largo de décadas, a personajes tan impresentables como Marcial Maciel, y la pléyade de abusadores que actuaron bajo el amparo y protección institucional de la Iglesia.
En el Libro de Job encontramos las siguientes sentencias: "Te pido auxilio y no respondes, me presento y no haces caso. Te has vuelto cruel conmigo…" (Job 30, 20-21.); "Me haces cabalgar sobre el viento, sacudido a merced del huracán. Sé que me devuelves a la muerte, al lugar donde se citan los vivientes" (Job, 30, 22-23.).
Al dar la espalda a las víctimas, la Iglesia toma el papel del Acusador; se pone del lado del "exceso del mal" como le llama Nemo, y promueve el triunfo de la violencia contra las víctimas. El mensaje tácito de la jerarquía eclesial es tétrico: Satán expulsa a Satán, y se perpetúa el ciclo. La historia continúa…
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