Sabemos que vivimos en un mundo que está gobernado por Satanás. Jesús le llamó “el príncipe de este mundo” (Juan 12:31). En Judas 1:9 está escrito que cuando el arcángel Miguel contendía con el diablo, disputando con él por el cuerpo de Moisés, no se atrevió a proferir juicio de maldición contra él, sino que dijo: “El Señor te reprenda”; esto nos indica que el diablo tiene poder. El apóstol Pablo hizo referencia a Satanás diciendo que es “el dios de este siglo” quien ciega el entendimiento de los incrédulos (2 Corintios 4:4). También dijo que es la cabeza de un gran “ejército” de espíritus malignos altamente organizado (Efesios 6:12). Satanás es un astuto mentiroso que fue capaz de seducir a Adán y Eva (Génesis 3:1) y puede disfrazarse de “ángel de luz” (2 Corintios 11:14). Aun sabiendo que Jesús es el Hijo del Dios Altísimo, le desafió, tentándole en el desierto, empleando para ello la Palabra de Dios (Mateo 4: 1-11). Siendo así debemos saber, entender y aceptar que nuestro poder es insuficiente para combatirle, que necesitamos de alguien más poderoso que él para vencerle. A pesar de su poder nunca debe ser comparado y menos aun igualado con Jehová nuestro Dios, es una criatura con poder limitado, incomparable con el poder de Dios. El apóstol Santiago guiado por el Espíritu Santo nos dice: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros” (Santiago 4:7). Jesús venció a Satanás en la cruz; Él se sometió a Jehová su Padre y cumplió la misión que le encomendó (Juan 17:4); cuando acepto ir a la muerte por causa del pecado de todos nosotros, en ese instante venció a Satanás; la estrategia satánica fue intentar separar al Hijo del Padre, tentándole para que actuara independientemente. Cristo venía a la tierra a hacer la voluntad del Padre, no la suya propia.
¿Cómo podemos vencer nosotros si nuestro poder no es suficiente para ello? Escrito está que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:16-17). ¿Salvo de quién? De Satanás, de sus mentiras. Recibiendo a Jesucristo como nuestro Salvador tendremos victoria sobre nuestro enemigo el diablo, pudiendo decir entonces como afirmó Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20), entonces podemos también decir con fe: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13), y “todo” implica vencer a Satanás.
Luego que tenemos a Cristo en nuestro corazón, Dios nos enseña a defendernos y nos protege del enemigo. Lo primero que nos advierte es que debemos “ser sobrios y velad “Sed sobrios (cuidadosos) y velad (estar atentos), porque vuestro adversario (enemigo) el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). Ante este constante ataque del enemigo para vernos derrotados, el Señor, a través del apóstol Pablo nos da esta enseñanza: “fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos” (Efesios 6:10-18).
Dios nos muestra en esta Palabra que el enemigo es invisible, no lo podemos ver, que nuestra lucha es contra espíritus malignos, no contra “sangre y carne”, es decir, no es contra seres humanos. Los ejércitos espirituales de maldad están comandados por Satanás, quien quiere hacer la guerra a los hijos de Dios, a los que han recibido a su Hijo Jesucristo (Juan 1:12), pues su misión es hurtar, matar y destruir (Juan 10:10); todo lo malo proviene de él. Pero Dios nos ha dejado una armadura para defendernos del enemigo, y esta armadura es la que se encuentra en Efesios 6:10-20. Nos pone como ejemplo un soldado romano y su armadura. Cada parte de esta armadura sirve como ejemplo de cómo nosotros, sus hijos, debemos llevar también nuestra armadura espiritual para defendernos del enemigo. Estas partes de la armadura espiritual que se asemejan a la armadura del soldado son pues: el cinto, que es lo que sujeta la armadura al cuerpo. Dios dice que debemos estar “Ceñidos de la verdad”, significa no separados, ajustados a la verdad de Dios; Jesucristo dijo “y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:32). Satanás es el padre de la mentira (Juan 8:44), él trata de mentirnos y separarnos de la verdad para que no seamos salvos. La coraza es otra parte de la armadura compuesta del peto y espaldar. Era la armadura de hierro que protegía al soldado. Jehová nos dice que debemos estar “vestidos con la coraza de justicia” la cual protege a los hijos de Dios. Estamos protegidos por la justicia de Dios de las armas del enemigo; si creemos en la justicia de Dios y decimos con fe que somos salvos, que Dios ha perdonado nuestros pecados y que Jesús vive en nuestros corazones el diablo no nos podrá tocar porque nuestro Padre es Justo. La otra parte de la armadura de un soldado es su calzado, el que le protege sus pasos en el camino. Dios nos dice: estar “calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz”. La Palabra de Dios nos da la seguridad de andar en el camión correcto, en el cual no nos lastimaremos. Cuando empezamos a andar en los caminos de Dios, estos caminos se hacen difíciles ya que el diablo no quiere que sigamos a Jesús. Nos pondrá miedos, inseguridad en nuestros corazón, pero el Señor nos da Su paz (Juan 14:27), y en su paz debemos caminar. El soldado no va a la guerra sin su escudo. Dios nos dice: “tomad el escudo de la fe”, El escudo es el instrumento de defensa, con el cual el soldado se cubre de las armas (flechas) del enemigo. Nuestro escudo es la fe y sin fe no podemos agradar a Dios (Hebreos 11:6). Nadie nos podrá apartar del camino del Señor pues el escudo de la fe nos protege. La otra parte importante de esa armadura es el yelmo, que es lo que protege la cabeza. Dios nos dice: “tomad el yelmo de la salvación”. Por cuanto nuestros pensamientos están en nuestra cabeza, nuestra mente nos traiciona y pensamos en hacer lo que queremos hacer y no lo que Dios espera que hagamos; está escrito que nuestros pensamientos no son los pensamientos de Dios (Isaías 55:8), por lo tanto debemos ir a su Palabra y conocer que es lo que Dios espera que pensemos y hagamos. Por último un soldado necesita una espada para pelear. Dios nos dice: tomad “la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”. Escrito está que “la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos” (Hebreos 4:12). Teniendo el conocimiento de la Palabra de Dios, que es su verdad, podremos combatir con eficacia al enemigo y vencerle. Jesús hizo uso de la Palabra para combatirle (Mateo capitulo 4); Jesús le dijo a Satanás “Escrito está”. El diablo huye ante el poder de Dios manifestado en su Palabra.
Por último, el Señor en efesios 6:18, nos da su mayor recomendación: “orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos”. Debemos velar, no dormirnos, estar atentos y orar siempre. También por nuestros hermanos, los santos. Gloria a Dios que nos ha dejado esta armadura para que tengamos victoria sobre el enemigo. Amén.
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