La celebración de la Iglesia parte del “Día sin ocaso” de la Resurrección del Señor. Esta certeza –un día que no acaba- hace que la conmemoración sacramental del domingo, día de los días y primero de la semana, comience al ponerse el sol. De hecho este es el sentido de la palabra “vísperas”. El padre J. Corbon enseña que en el momento en que la luz mortal desciende hacia las tinieblas, estalla la “Luz Gozosa” que es Cristo resucitado.
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Desde antiguo, mientras se encienden las luces al anochecer, la comunidad cristiana, invoca el don de la luz espiritual en el llamado lucernario o rito del encendido de la lámpara, cuya llama es símbolo de Cristo, sol que no se pone. Así, en la Iglesia , para orientarnos con la esperanza hacia la luz que no conoce ocaso, “oramos y suplicamos para que la luz retorne siempre a nosotros, pedimos que venga Cristo a otorgarnos el don de la luz eterna” (S. Cipriano). Precisamente en esa Hora concuerdan nuestras voces con las de las Iglesias orientales, al invocar a la “luz gozosa de la santa gloria del eterno Padre, Jesucristo bendito; llegados a la puesta del sol, viendo la luz encendida en la tarde, cantamos a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo...” (OGLH 39).
Aunque las tinieblas ocultan la luz del día, los cristianos saben que Dios ilumina la noche oscura con el esplendor de su presencia y con la luz de sus enseñanzas. Esta certeza se recoge en el antiquísimo himno lucernario «Fôs hilarón», mantenido por las liturgias orientales y, modernamente y en algunos lugares, por la liturgia romana:
* «¡ Oh Luz gozosa
de la santa gloria del Padre celeste, inmortal,
santo y feliz Jesucristo!
* Al llegar el ocaso del sol y, vista la luz vespertina,
ensalzamos al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, Dios.
*Es digno cantarte en todo momento con armonía,
Hijo de Dios, que nos das la vida: por ello, el universo proclama tu gloria».
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Este antiquísimo himno, que podría datar de mediados del s. II, está ya atestiguado por el capadocio san Basilio (329-379) en su obra De Spiritu Sancto (29,73). Las tres estrofas desiguales en las que se divide el texto muestran su teología: la primera se dirige a Cristo Luz como claridad del Padre, la segunda lo contempla en el misterio trinitario y la última lo contempla como Hijo que comunica la vida y fuente de nuestra alabanza: