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jueves, 28 de marzo de 2013

¿Quién es y qué hace el sacerdote uruguayo al que alabó el Papa Francisco en su primera misa? - ReL


¿Quién es y qué hace el sacerdote uruguayo al que alabó el Papa Francisco en su primera misa? - ReL

Era el domingo 17 de marzo. El Papa Francisco se había acercado a la parroquia de Santa Ana para celebrar su primera Eucaristía pública antes de su inicio de pontificado. Todo discurrió "normal", tal y como debe ser una Misa que celebra un Papa en una parroquia de su diócesis, pero al final reconoció entre los presentes a algunas personas que no eran de la parroquia. Los reconocía porque eran sacerdotes amigos suyos de Sudamérica. Entre ellos destacó uno: el director del Liceo Jubilar Juan Pablo II, en Uruguay. Le hizo salir delante de todos los asistentes a la Eucaristía, alabó su trabajo pastoral y le dio un abrazo. Su nombre, Gonzalo Aemilius. Y ésta es la historia de la obra que él ha fundado para los más desfavorecidos de su país.

Es el Papa Francisco el que habla: "Quiero presentarles a un sacerdote que ha venido de lejos. Que desde hace mucho tiempo trabaja con los niños de la calle, con los drogadictos. Para ellos ha hecho una escuela, ha hecho tantas cosas para hacer conocer a Jesús. Todos estos niños de la calle hoy trabajan, con estudio, y tienen capacidad de trabajo. Creen y aman a Jesús. Te pido Gonzalo que vengas y saludes a la gente. Recen por él. Él trabaja en el Uruguay. Él es el fundador del Liceo Jubilar Juan Pablo II. Él hace este trabajo. No sé cómo hoy ha venido acá, pero lo sabré. Muchas gracias". Después, Papa y misionero se saludaron con un abrazo.




Con esta presentación del mismo Papa es difícil decir mucho más. Lo que se puede añadir es que el Liceo Jubilar Juan Pablo II, el "Jubi" como lo llaman coloquialmente sus alumnos, es una institución pionera en Uruguay, al ser un centro educativo gratuito de gestión privada. Se fundó gracias a la insistencia de los fieles de la zona parroquial "Gruta de Lourdes", situada en una de las zonas más pobres de Montevideo.

Barrios peligrosos y sin escuelas
Los muchachos y muchachas de esta zona carecían de ningún tipo de centro de formación secundaria y nunca consiguieron la instalación de uno a pesar de sus solicitudes a las autoridades educativas locales. Sin embargo, cierto de día de 1999, durante la visita apostólica a la parroquia del Arzobispo de Montevideo, el salesiano Nicolás Cotugno, los padres y madres de familia le solicitaron ayuda para poder solucionar este problema.


La realidad es que cualquier centro educativo dista mucho de esta zona, lo que suponía que los chicos de este barrio acababan en la marginación, delincuencia, drogas… El mismo Liceo explica cuáles son las dificultades por las que atravesaban los habitantes del barrio y que impedían en gran medida la escolarización de los menores:

• el trabajo de los niños y adolescentes que son fuente de la economía de la casa;

• la falta de seguridad, especialmente para las chicas que debían ser acompañadas por sus madres hasta las paradas de transporte por la mañana y lo mismo a la vuelta;

• la gran distancia a otros liceos desde estos barrios; una distancia que no es sólo en kilómetros, sino también en cultura, estilo de vida, ropa, costumbres…;

• y, por supuesto, los mil impedimentos en este tipo de familias que provocan ausencias desde el hermano menor enfermo a cualquier otro problema...

Monseñor Cotugno lo tomó muy en serio y optó por promover la construcción de una escuela que pudiera resolver los problemas de la comunidad. Para él, fue el proyecto símbolo de la solidaridad de la Arquidiócesis.


Los jóvenes protagonistas de su superación
No se trata de una obra de tipo asistencialista. No lo es ni en su forma ni en su espíritu. Sus principios son claros: "Como comunidad eclesial, el Liceo Jubilar Juan Pablo II fundamenta su concepto de calidad institucional, en la transmisión de valores cristianos, promoviendo el desarrollo de individuos libres, responsables, solidarios, con capacidad crítica y autonomía", tal y como reza su filosofía. La propuesta pedagógica es clara: busca "ser un agente de cambio en la sociedad en la que se inserta… teniendo como modelo a Cristo, Hombre Nuevo… brindando una educación integral que promueve en los jóvenes el máximo desarrollo de sus potencialidades en todos los ámbitos de la vida, de manera tal que, como protagonistas, se constituyan en sus propios agentes de cambio y que, al mismo tiempo, puedan ser multiplicadores de cambio en su entorno inmediato".


Un cambio por el amor a Cristo
En cuanto a su formación religiosa "desde la Pastoral del Liceo Jubilar buscamos motivar la experiencia de encuentro personal y comunitario con Jesús, invitándolos a reconocer Su presencia y compañía en la historia de cada uno –explican sus responsables. Deseamos acompañar a nuestros alumnos en el proceso de descubrirse y sentirse verdaderamente hijos amados por Dios, en sus grandezas y pequeñeces, e invitados desde allí a ser libres y a permanecer en el Amor".


1200€, los estudios de cada chico
Al principio sobrevivieron gracias a los voluntarios, pero la crisis económica supuso que éstos tuvieran que dejar esta forma de colaboración y al Liceo buscar una mayor responsabilidad en el plantel docente. En seguida vino apoyo de la fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada y el aporte, aunque puntual, de una parroquia italiana. Actualmente se financia gracias a diversas fuentes: los propios padrinos, es decir particulares que quieren ayudar económicamente, el apoyo de algunas empresas e instituciones privadas, además de las propias familias que aportan unas cantidades mínimas pero que sirven de concienciación y compromiso con la educación que reciben sus hijos. Los estudios de un alumno al año asciende a 32000 pesos uruguayos, es decir unos 1200€.


Promoviendo la construcción de viviendas dignas: el proyecto Belén
Aún hay más. Con el caminar del tiempo, los responsables del liceo descubrieron que una buena formación no era suficiente para sacar adelante a los muchachos que acudían al centro. De poco servía el esfuerzo si luego llegando a sus casas apenas encontraban un ambiente sano en el que estudiar, vivir y relacionarse. Las casas de estos barrios en muchas ocasiones carecen de lo más elemental, por lo que se promueve la colaboración entre padres de familia para que reconstruyan sus casas y las doten de lo fundamental. El proyecto Belén, que así denomina esta iniciativa, comenzó en 2009 agrupando cuatro o cinco familias a las que se sumaron de nuevo unos voluntarios. Entre todos construyeron baños, techos con aislante térmico, pozos negros, impermeabilizaron viviendas, acondicionaron dormitorios, levantaron tabiques, mejoraron instalaciones eléctricas, etcétera. Después, el proyecto ha evolucionado y el Liceo hace préstamos de material de construcción para familias que necesitan ayudas urgentes.


Y también Educación Media para los padres de los chicos
Quienes componen la gran familia de Liceo descubrieron una nueva necesidad: la formación de los padres de los alumnos. Una formación en Educación Media a la que asisten personas desde los 24 hasta los 65 años. Estos adultos trabajan principalmente en empleos como el servicio doméstico, la construcción y, debido a la proximidad a varios cuarteles, en el ejército.


Este sueño aporta un cambio cualitativo en su estilo de vida, ellos mismos explican que no solo tiene que ver con un cambio en su trabajo y en sus ingresos, lo cual es verdaderamente fundamental, sino que implica además poder participar activamente en una vida social "sin pasar vergüenza", ganando dignidad y confianza en sí mismos. Además de ser una motivación por ser testimonio de esfuerzo y esperanza ante sus hijos.

Esta formación de adultos, a pesar de las dificultades reales que atraviesan, tiene apenas un 25% de deserciones: "Llegar acá es como un descanso, se sale de las preocupaciones de todo el día y se llega a un lugar donde se respira un aire distinto", explica uno de los adultos; u otro: "Muchas veces nos consideran marginados por el lugar donde vivimos, pero si tenemos el liceo terminado damos otra impresión"; también hay quien confiesa que "de tarde nos sentamos con mi hijo a estudiar juntos, a él le encanta y me ayuda un montón". Entre los adultos inscritos también está la abuela de un adolescente del Jubilar que se apuntó para motivar a su nieto a estudiar.

Gonzalo Aemilus, también cura twitero
Unos apuntes personales más sobre el P. Gonzalo Aemilius: tiene 34 años, tuitea, escribe en un blog y lo mismo se le puede ver en una Misa del Papa que en un concierto de rock. Gonzalo iba para contable, pero Dios se metió por medio y empezó a cambiarle los planes y hacerle ver la posibilidad de dar la vida por los demás. Su familia no era practicante pero él, ya con 11 años, pidió ser bautizado. Él siempre obtuvo su respeto, y lo mismo sucedió con la Primera Comunión y la Confirmación.


Gonzalo está al día: "Hoy el lenguaje es Twitter, Facebook, son los e-mails, los blogs -explica. Ahí tenemos que estar. Creo que Jesús hubiese tenido Twitter. No creo que ser cura sea un impedimento, al revés, creo que es la mejor oportunidad que tengo para estar cerquita de un montón de gente a la que de otra manera no llegaría. No le veo nada de malo a twittear –explica-, hay muchos adolescentes que dicen 'mirá qué fenómeno este cura que tiene Twitter'. Y ahí te los ganaste. Yo recibo unos 200 mails por día entre liceo y parroquia. Odio hablar por teléfono, me gustan más los mails o los mensajes. En el celular veo el mail, Twitter, Whatsapp".

Sabiendo todo esto y descubriendo la sencillez y espontaneidad del Papa Francisco, no es de extrañar que en uno de sus rompedores gestos haya querido mostrar al mundo a un cristiano comprometido con Cristo, la Iglesia y los hombres.


stagduran
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El Papa, a los sacerdotes: menos «instrospección» y más «salir a dar el Evangelio a los demás» - ReL


El Papa, a los sacerdotes: menos «instrospección» y más «salir a dar el Evangelio a los demás» - ReL

El Papa Francisco abrió hoy el Triduo Pascual, el primero de su pontificado, con la Misa Crismal, en cuya homilía dijo que el sacerdote no puede ser un gestor, tiene que salir a la "periferia", donde hay "sufrimiento, sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones".

"No es en autoexperiencias, ni en introspecciones reiteradas donde vamos a encontrar al Señor. Los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir pasando de uno a otro, lleva a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a dar el Evangelio a los demás, a dar la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada", afirmó.

La Misa Crismal marca el comienzo del Triduo Pascual, centro y culmen del Año Litúrgico, y se celebra el Jueves Santo, día en que se conmemora la institución de los sacramentos de la Eucaristía y del Orden Sacerdotal por Jesucristo durante la Ultima Cena, según la tradición cristiana.

Así, durante el rito, celebrado a primeras horas de la mañana en la basílica de San Pedro del Vaticano, al que asistieron unas 10.000 personas, los 1.600 sacerdotes presentes renovaron sus promesas (pobreza, castidad y obediencia) y Francisco destacó en su homilía lo que significa ser cura y sus obligaciones.

El Papa Bergoglio dijo que el sacerdote que sale poco de sí, que unge poco a sus fieles "se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral". "El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor ´ya tienen su paga´, y puesto que no ponen en juego la propia piel, ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón", denunció.

El Papa agregó que de ahí proviene precisamente la insatisfacción de algunos sacerdotes, "que terminan tristes y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con ´olor a oveja´, pastores en medio de su rebaño y pescadores de hombres".

Francisco añadió que "la llamada crisis de identidad sacerdotal" amenaza a todos y se suma a una crisis de civilización, pero que si los sacerdotes "sabemos atravesar la ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar las redes".

Durante la misa, Francisco bendijo el Óleo de los catecúmenos, el de los enfermos y el Crisma (aceite y bálsamos mezclados), que le fueron presentados en tres grandes jarras de plata. Estos óleos son bendecidos el Jueves Santo por los obispos y se utilizan para ungir a los que se bautizan, a los que se confirman y para la ordenación sacerdotal. El rito se celebra en todas las catedrales del mundo.

Este año el aceite bendecido procede de una empresa española de Castelseras, en la provincia aragonesa de Teruel.

Refiriéndose al aceite consagrado, el Papa dijo que su unción, "como dijo claramente el Señor", es para los pobres, para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos. "La unción no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite... y amargo el corazón".

El pontífice dijo también que al buen sacerdote se le reconoce "por cómo anda ungido su pueblo" y aseguró que cuando los fieles están ungidos con óleo de alegría se le nota, "por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena noticia".

"Nuestra gente agradece el Evangelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando ilumina las situaciones límites, las periferias donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe", subrayó.

Francisco pidió a los fieles que acompañen a los sacerdotes con el afecto y la oración, para que sean siempre Pastores según el corazón de Dios.

El Papa Francisco se trasladará esta tarde de Jueves Santo a la cárcel de menores de Casal del Marmo, en las afueras de Roma, para celebrar la misa de la Última Cena, en la que lavará los pies a doce jóvenes reclusos.

Texto completo de la homilía del Papa
Queridos hermanos y hermanas:

Celebro con alegría la primera Misa Crismal como Obispo de Roma. Os saludo a todos con afecto, especialmente a vosotros, queridos sacerdotes, que hoy recordáis, como yo, el día de la ordenación.

Las Lecturas, también el Salmo, nos hablan de los «Ungidos»: el siervo de Yahvé de Isaías, David y Jesús, nuestro Señor. Los tres tienen en común que la unción que reciben es para ungir al pueblo fiel de Dios al que sirven; su unción es para los pobres, para los cautivos, para los oprimidos... Una imagen muy bella de este «ser para» del santo crisma es la del Salmo 133: «Es como óleo perfumado sobre la cabeza, que se derrama sobre la barba, la barba de Aarón, hasta la franja de su ornamento» (v. 2). La imagen del óleo que se derrama, que desciende por la barba de Aarón hasta la orla de sus vestidos sagrados, es imagen de la unción sacerdotal que, a través del ungido, llega hasta los confines del universo representado mediante las vestiduras.

La vestimenta sagrada del sumo sacerdote es rica en simbolismos; uno de ellos, es el de los nombres de los hijos de Israel grabados sobre las piedras de ónix que adornaban las hombreras del efod, del que proviene nuestra casulla actual, seis sobre la piedra del hombro derecho y seis sobre la del hombro izquierdo (cf. Ex 28,6-14). También en el pectoral estaban grabados los nombres de las doce tribus de Israel (cf. Ex 28,21). Esto significa que el sacerdote celebra cargando sobre sus hombros al pueblo que se le ha confiado y llevando sus nombres grabados en el corazón. Al revestirnos con nuestra humilde casulla, puede hacernos bien sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el rostro de nuestro pueblo fiel, de nuestros santos y de nuestros mártires, que en este tiempo son tantos.

De la belleza de lo litúrgico, que no es puro adorno y gusto por los trapos, sino presencia de la gloria de nuestro Dios resplandeciente en su pueblo vivo y consolado, pasamos ahora a fijarnos en la acción. El óleo precioso que unge la cabeza de Aarón no se queda perfumando su persona sino que se derrama y alcanza «las periferias». El Señor lo dirá claramente: su unción es para los pobres, para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos. La unción, queridos hermanos, no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite... y amargo el corazón.

Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo; esta es una prueba clara. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena noticia. Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones límites, «las periferias» donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe. Nos lo agradece porque siente que hemos rezado con las cosas de su vida cotidiana, con sus penas y alegrías, con sus angustias y sus esperanzas. Y cuando siente que el perfume del Ungido, de Cristo, llega a través nuestro, se anima a confiarnos todo lo que quieren que le llegue al Señor: «Rece por mí, padre, que tengo este problema...». «Bendígame, padre», y «rece por mí» son la señal de que la unción llegó a la orla del manto, porque vuelve convertida en súplica, súplica del Pueblo de Dios. Cuando estamos en esta relación con Dios y con su Pueblo, y la gracia pasa a través de nosotros, somos sacerdotes, mediadores entre Dios y los hombres. Lo que quiero señalar es que siempre tenemos que reavivar la gracia e intuir en toda petición, a veces inoportunas, a veces puramente materiales, incluso banales – pero lo son sólo en apariencia – el deseo de nuestra gente de ser ungidos con el óleo perfumado, porque sabe que lo tenemos. Intuir y sentir como sintió el Señor la angustia esperanzada de la hemorroisa cuando tocó el borde de su manto. Ese momento de Jesús, metido en medio de la gente que lo rodeaba por todos lados, encarna toda la belleza de Aarón revestido sacerdotalmente y con el óleo que desciende sobre sus vestidos. Es una belleza oculta que resplandece sólo para los ojos llenos de fe de la mujer que padecía derrames de sangre. Los mismos discípulos – futuros sacerdotes – todavía no son capaces de ver, no comprenden: en la «periferia existencial» sólo ven la superficialidad de la multitud que aprieta por todos lados hasta sofocarlo (cf. Lc 8,42). El Señor en cambio siente la fuerza de la unción divina en los bordes de su manto.

Así hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las «periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones. No es precisamente en autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor: los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir nuestra vida sacerdotal pasando de un curso a otro, de método en método, lleva a hacernos pelagianos, a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a dar la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada.

El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco – no digo «nada» porque, gracias a Dios, la gente nos roba la unción – se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su paga», y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón. De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes, sacerdotes tristes, y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con «olor a oveja» – esto os pido: sed pastores con «olor a oveja», que eso se note –; en vez de ser pastores en medio al propio rebaño, y pescadores de hombres. Es verdad que la así llamada crisis de identidad sacerdotal nos amenaza a todos y se suma a una crisis de civilización; pero si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar las redes. Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción – y no la función – y resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos hemos fiado: Jesús.

Queridos fieles, acompañad a vuestros sacerdotes con el afecto y la oración, para que sean siempre Pastores según el corazón de Dios.

Queridos sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que hemos sido ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de tal manera que la unción llegue a todos, también a las «periferias», allí donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora. Que nuestra gente nos sienta discípulos del Señor, sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no buscamos otra identidad; y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido.

Amén.




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El demonio de la depresión y el demonio vagabundo


El demonio de la depresión y el demonio vagabundo
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En el año 345, ya existía esa cosa del diablo que es la depresión y actuaba en los monasterios. He aquí las indicaciones de Evagrio Póntico, monje y asceta cristiano (345-399), para alejarse de "El demonio de la tristeza": "Todos los demonios enseñan al alma el amor por el placer: sólo el demonio de la tristeza se abstiene de ello. Por el contrario, destruye todos los pensamientos insinuados por los otros demonios, impidiendo al alma sentir cualquier placer, insensibilizándola con su tristeza. Es cierto lo que se ha dicho: que los huesos del hombre triste se tornan áridos (Pr 17:22). Y sin embargo, si se lucha un poco, este demonio sirve para fortalecer al solitario. Lo convence de no acercarse a ninguna de las cosas de este mundo ni a ningún placer."

Parece describir un cuadro clínico de una persona deprimida realmente, aquella que se encuentra en un estado de indiferencia que le vuelve blanco de todas las enfermedades. Los médicos modernos han descubierto las asociaciones entre quien ha padecido un trance agudo de depresión y posteriores padecimientos patológicos. En una época anterior a los ansiolíticos, Evagrio parece encontrar hasta una raíz freudiana del asunto, asociándolo con una figura emblemática de la tradición cristiana.
"Si persiste en su lucha, genera en él pensamientos que lo inducen a alejar su alma de este tormento o lo fuerzan a huir de ese lugar. Tal es lo que ha pensado y sufrido el santo Job, atormentado por este demonio: Ojalá pudiera echar mano a mí mismo u otro, a mi pedido, así lo hiciera (Jb 30:24). Símbolo de este demonio es la víbora, animal venenoso. La naturaleza le ha concedido, benevolentemente, el que pueda destruir los venenos de los otros animales, pero si la tomamos en estado puro, destruye la vida misma."
Otro hallazgo en los escritos de Evagrio Póntico es esta advertencia sobre un diablo latoso que hace que los hombres solos pensemos en el sexo y él recomienda encarar así al pequeño demonio:
"Hay un demonio, denominado vagabundo, que se presenta a los hermanos sobre todo durante el transcurrir del día. Éste pasea nuestro intelecto de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo y de casa en casa. El intelecto entabla, al principio, simples diálogos. Luego se entretiene por más tiempo con algún conocido y corrompe el estado interior de los que encuentra, y luego, poco a poco, se va olvidando de su conocimiento de Dios, de las virtudes y de su propia profesión.
"Es pues necesario que el solitario observe de dónde viene este demonio y a dónde éste quiere llegar. No es por casualidad que este demonio da todas estas vueltas. Lo hace para corromper el estado interior del solitario. De este modo el intelecto, enardecido por estas cosas, ebrio por todos los encuentros, inmediatamente se tropieza con el demonio de la fornicación, o de la ira, o de la tristeza. Sentimientos que masivamente destruyen el resplandor del estado interior."
Si leemos con atención los primeros libros de la Biblia, el demonio casi no es mencionado. Se nos habla de la Serpiente y que Jehová decide castigarla, haciéndola caminar arrastrándose sobre su vientre, prueba de que el redactor del Génesis tenía conocimientos de que las serpientes antiguamente habían tenido patas, detalle que no dejaba de maravillar a un científico ateo del siglo XX llamado Carl Sagan.
Al inicio, el conflicto consiste en que el pueblo judío no tenga dioses ajenos a Jehová. Hasta que ocurre el momento del destierro en Babilonia, Israel –y por ende, la civilización occidental posterior– no ha encontrado un personaje para hacerlo culpable de los pecados que cometemos por la naturaleza humana. Es en esa etapa cuando eclosiona la figura del diablo y por eso no es gratuito que la película El Exorcista inicie con una escena filmada en Irak, donde los perros del desierto ladran aterrorizados ante las ruinas arqueológicas por donde pasea, entre un delirante diluvio solar, el sacerdote Damien Karras.
El debut del Diablo es en el libro de Job, ya bien avanzada la Biblia. Dios le pregunta de donde viene y él le dice que de recorrer la tierra, evadiendo así la pregunta. Volvemos a verlo hasta los evangelios, en el momento de las tentaciones, y Jesús varias veces lo espeta con su nombre. San Pablo recuerda su presencia con furia y en los Efesios llama a vestirse con toda la armadura de Dios para vencer sus acechanzas.
(Los escritos de Evagrio se encuentran en "La Filocalia" uno de los textos de uso común en la Iglesia Ortodoxa.)


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