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sábado, 2 de junio de 2012

Los dos 'partidos' que mandan en la Curia romana | Mundo | elmundo.es

Los dos 'partidos' que mandan en la Curia romana

La Iglesia no es un macropartido político ni una multinacional, como sostienen algunos, pero sí una institución humano-divina o divino-humana y, como tal, está sometida a las consiguientes luchas por el poder, que se tornan encarnizadas cuando un pontificado va llegando a su final. Es entonces cuando los distintos 'partidos' o 'cordadas' eclesiales se disputan la preeminencia y utilizan todos los medios a su alcance para imponer sus tesis. Eso sí, siempre 'ad maiorem gloriam Dei'.

Desde el momento en que el Pontífice reinante da muestras de la más mínima debilidad, comienzan lo que en lenguaje eclesiástico suele denominarse "las santas hostilidades": los 'partidos' se organizan, pululan los "grandes electores", cada sector ocupa posiciones y comienzan a barajarse los nombres y los perfiles de los eventuales papables.

Sin propaganda ni carteles, siempre callada y sigilosamente, con prudencia y delicadeza, 'sotto voce', los principales candidatos afilan sus armas y se lanzan a una campaña sutil, pero intensa, en busca del poder-servicio. Tan intensa que, en este final de pontificado del Papa Ratzinger, el 'Vatileaks' (sucesión de escándalos y filtraciones, y hasta detenciones) ocupa las portadas de los medios de todo el mundo.

En la Curia romana hay dos grandes partidos: el de los diplomáticos, al que algunos llaman también 'la vieja guardia', y el de los 'Bertonianos'.

Y es que ya San Bernardo de Claraval (1090-1153) adoctrinaba así a su discípulo cisterciense, convertido en pontífice con el nombre de Eugenio III, respecto a la Curia: "Son muy hábiles cuando obran el mal e incapaces de hacer el bien. Se les odia en el cielo y en la tierra, pero han extendido las manos hacia ambas cosas; son impíos con Dios y desvergonzados con las cosas santas; turbulentos entre sí, envidiosos de los que tienen al lado, sin compasión con los demás; nadie consigue amar a estos que no aman a nadie y, mientras presumen de ser temidos por todos, es inevitable que ellos mismos tengan miedo". Y lo dice un santo tan santo como San Bernardo.

Diplomáticos vs Bertonianos

Y las cosas parecen haber empeorado desde entonces. No es de extrañar que, en Roma, se suela decir que la Curia está dividida en dos mitades: los que tienen en sus manos las palancas del poder y los que esperan ansiosamente el cambio de turno. Algo que, como dicen los miembros de ambas mitades, tiene incluso su lógica evangélica y su mística primigenia, porque ya los doce se disputaban la preeminencia en el Reino y la colocación a la derecha o a la izquierda de Jesús.

Las cordadas, clanes o partidos colocan a sus peones y establecen sus respectivas estrategias. En estos momentos, en la Curia romana hay dos grandes partidos: el de los diplomáticos, al que algunos llaman también 'la vieja guardia', y el de los 'Bertonianos'. El primero está formado por cardenales curiales procedentes de la carrera diplomática. Con dos capitanes: el anterior Secretario de Estado, Angelo Sodano, y el prefecto emérito de obispos, Giovanni Battista Re. Los dos dominaron la Curia durante el largo pontificado de Juan Pablo II y consideran que los suyos deben seguir haciéndolo, por el mayor bien de la Iglesia.

De hecho, la lucha encarnizada contra el jefe de filas del otro partido, el cardenal Secretario de Estado, Tarcisio Bertone, comenzó ya antes de que éste fuese designado oficialmente por el Papa para tan delicado puesto. Aducían y aducen que Bertone, un salesiano sin experiencia diplomática, no era el candidato idóneo para llevar las riendas de la sala de máquinas de la Iglesia.

Y más teniendo en cuenta que, dado que Benedicto XVI es un Papa teólogo y escritor, su Secretario de Estado tiene que suplirlo en las labores de gobierno de la Iglesia. Y, según ellos, el hombre capaz de hacerlo era el cardenal Re, pero no el pastoralista Bertone.

No hay entre ambos partidos grandes diferencias teológico-eclesiológicas, sino sólo de gestión del poder, del dinero y, especialmente, de la estrecha relación que el Vaticano siguen manteniendo con la economía y con la política italiana.

Pero el Papa se decidió por el salesiano y, desde entonces, saltaron las hostilidades. Para protegerse, el nuevo Secretario de Estado comenzó a laminar a los miembros de la cordada de los diplomáticos y a colocar a los suyos en los puestos de máximo relieve. Entre los miembros del partido bertoniano destacan los cardenales Versaldi, Bertello o Veglió. Entre los diplomáticos, además de los dos jefes de fila, figuran, por ejemplo, los cardenales Nicora, Viganó, Sandri o Tauran.

El partido de los pastoralistas

Desprestigiados por la herencia que le dejaron al Papa Ratzinger, especialmente en el caso del pederasta Marcial Maciel, fundador repudiado de los Legionarios de Cristo, los diplomáticos se crecieron a expensas de los errores de gestión cometidos por Bertone. De ahí que consiguiesen aglutinar, al menos temporalmente, a otros cardenales del partido de los 'pastoralistas'. Es decir, cardenales italianos que no pasaron por la Curia romana, como Ruini, Tettamanzi, Bagnasco o el propio Scola, actual arzobispo de Milán.

Partidos italianos y para italianos, que son los que siempre han dirigido y mandado en la Curia. Y las típicas intrigas italianas en el fondo y en la forma. No hay entre ambos partidos grandes diferencias teológico-eclesiológicas, sino sólo de gestión del poder, del dinero y, especialmente, de la estrecha relación que el Vaticano siguen manteniendo con la economía y con la política italiana.

El Papa, al menos hasta el próximo mes de diciembre en que Bertone cumpla los 80 años, no quiere prescindir de su fiel amigo y leal colaborador desde hace varias décadas. A no ser que su secretario personal, monseñor Georg Gaenswein, que gana cada vez más terreno y se ha convertido en el asesor aúlico del Papa, lo convenza para que deje caer a Bertone. No parece lo más probables, pues ambos están unidos por la misma desgracia: No poner coto a la cadena de filtraciones y de robo de documentos de las propias estancias papales.

El partido de los extranjeros

Ajenos a luchas e intrigas, los cardenales extranjeros. Los que no son de la Curia ni de Italia. La gran mayoría silenciosa, que asiste atónita a estas 'italianadas'. Indignados por la mala imagen que transmiten de toda la Iglesia, en la era de la comunicación global, algunos comienzan a unir fuerzas para crear otra cordada que ponga coto a los desmanes de los italianos.

Para alcanzar el poder (incluso en la Iglesia) no se puede ir por libre. Si un curial decidiera mantenerse aislado, cortaría el cordón umbilical que le une a los demás y quedaría fuera de juego. Hay que luchar en red.

En el partido de los extranjeros fulgen con luz propia el cardenal Maradiaga, arzobispo de Tegucigalpa, el cardenal Odilo Pedro Scherer, arzobispo de Sao Paulo o Christoph Schönborn, arzobispo de Viena. Este equipo podría proponer a alguno de sus miembros o apostar por algún curial extranjero, como el africano Peter Turkson o al canadiense, Marc Ouellet.

Otros dos papables de garantías que, al menos por ahora, no han tomado partido públicamente por ningún bando, son los cardenales Ravasi y Piacenza. Ambos consideran que no ha llegado el momento de mover ficha, aunque el segundo podría tener muchas posibilidades de suceder a Bertone, si, finalmente, el Papa decide aceptarle la renuncia.

Subclanes y camarillas

Dentro de cada gran 'familia', hay diversos subclanes, corrientes, camarillas y lobbys. Por ejemplo, el clan cercano al Opus Dei. O el de los vinculados a Comunión y Liberación. O los relacionados con los Caballeros de Colón. O la cofradía curial(a la que también se le llama 'masónica', no porque sus miembros pertenezcan a la francmasonería, sino porque se trata de una estructura y de una gestión del poder que reclama la articulación y los métodos de la masonería), de la que forman parte toda una serie de cardenales, obispos, prelados y seglares, que luchan contra las aspiraciones hegemónicas del Opus Dei.

Y es que, para alcanzar el poder (incluso en la Iglesia) no se puede ir por libre. Si un curial decidiera mantenerse aislado, cortaría el cordón umbilical que le une a los demás y quedaría fuera de juego. Hay que luchar en red. Y la red arrincona a los no asociados y les deja fuera de combate. Los curiales tienen que elegir familia adoptiva y jefe, al que prestan máxima atención y tributan un homenaje incondicional. De palabra y de obra tienen que dar muestras de máxima fidelidad al clan. Todos para uno y uno para todos. De ahí que los dignatario de la Curia pertenecientes a los dos clanes vayan subiendo en racimos, como las cerezas, en un hábil juego de contrapesos, para repartir el poder y mantener el equilibrio entre las dos grandes corrientes y los personajes de los dos clanes contrarios.



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Un pastor rodeado de lobos | Mundo | elmundo.es

Un pastor rodeado de lobos

Benedicto XVI llegó al papado como el "guardián de la ortodoxia". Sin embargo, el último escándalo vaticano, con la filtración de cartas y documentos por parte del mayordomo de Josef Ratzinger, revela un Santo Padre solo y débil en medio de una Curia dividida y levantisca como nunca.

"Pastor alemán". Así saludó el diario italiano 'Il Manifesto' su elección con una buena dosis de irreverencia y mal disimulado disgusto. Había llegado a Papa el "panzerkardinal", el "martillo de herejes", el cardenal que, desde el palacio del ex Santo Oficio, había condenado a decenas de teólogos y puesto en sordina a la otrora poderosa Teología de la Liberación y, con ella, al ala más avanzada de la Iglesia. Los progresistas se rasgaban las vestiduras y temían un cierre de bucle. Los conservadores echaban las campanas al vuelo ante la llegada al solio pontificio del ideólogo de Juan Pablo II, el Papa Restaurador.

Tras sus 24 años como prefecto de Doctrina de la Fe, no había ningún cardenal con peor imagen pública que la de Ratzinger. Pero la sotana blanca imprime carácter, y tras ser aclamado por los cardenales en una de las elecciones más rápidas de un cónclave, y rezar en la estancia de las lágrimas, Joseph Ratzinger abandonó su coraza de "cancerbero de Dios" para meterse de lleno en el rol de Pedro y Padre de todos. Y desde la misma logia vaticana, en su primer saludo, tras el "habemus Papam", se definió a sí mismo como "el humilde trabajador de la viña del señor". De duro a blando. De poderoso a humilde. De rígido y dogmático a flexible como un junco.

Elegido a los 78 años, Benedicto XVI siempre fue consciente de que iba a ser un Papa de transición. Sobre todo, después del largo reinado de su "amado predecesor".

Elegido a los 78 años, Benedicto XVI siempre fue consciente de que iba a ser un Papa de transición. Sobre todo, después del largo reinado de su "amado predecesor". Un Papa sin tiempo vital para muchas cosas y, por lo tanto, con un programa de pontificado centrado en lo esencial. Y unos objetivos claros: la reforma litúrgica y la propuesta de una fe, casada con la razón y que pueda dar sentido a la vida de la gente y de los pueblos, especialmente de la vieja y secularizada Europa.

Por otra parte y a pesar de sus 24 años en el ex Santo Oficio, el Papa Ratzinger no tenía experiencia de la maquinaria curial, como Pío XII o Pablo VI. Tampoco disponía del flujo de contactos humanos ni del carisma de arrastre de Juan Pablo II. Un profesor serio y riguroso, acostumbrado a sus libros y a sus elucubraciones teóricas, solo y sin apenas contactos, encerrado en sí mismo y en una especie de torre de marfil. Sin contacto con la cruda realidad. Y con la barca de Pedro en manos de una Curia dividida y levantisca como nunca.

Un Papa que reina, pero no gobierna

Y la barca de Pedro, en manos de un capitán que mira al horizonte y a los grandes objetivos, encalla una y otra vez. Las polémicas y los escándalos se suceden. Desde el discurso de Ratisbona, que tanto indignó a los musulmanes, al levantamiento de la excomunión a cuatro obispos lefebvrianos, uno de los cuales, monseñor Williamsom, presume de negacionista, pasando por su oposición al preservativo para frenar el sida. Y para colmo, la nave eclesial choca contra el iceberg de la pederastia en la Iglesia.

El cardenal Tarcisio Bertone en una imagen de 2003. | Reuters

El cardenal Tarcisio Bertone en una imagen de 2003. | Reuters

Era tan grave el escándalo de las manzanas podridas del clero que afectaba a la credibilidad de la institución y amenazaba con hundirla. Quizás por eso, el Papa Ratzinger recordó que era alemán, se enfundó el traje de barrendero y se puso a limpiar la Iglesia a fondo. Impuso la tolerancia cero y acabó con la extendida estrategia del encubrimiento episcopal de los curas abusadores, pecadores y delincuentes.

Limpiada la Iglesia, el Papa-barrendero de Dios volvió a su torre de marfil: reina, pero no gobierna. "Un pontífice débil y frágil, incapaz de controlar su corte", como dice el vaticanista italiano Marco Politi.

Y es que, como explica el ex vicedirector de 'L'Osservatore Romano', Franco Svideroschi, "este Papa llegó tarde al papado y no tiene ni la edad para llevar a cabo una reforma ni cuenta con el apoyo de un sector importante de la propia Curia, que nunca le ha perdonado que nombrase a un 'outsider', un no-diplomático como el cardenal Tarcisio Bertone, para número dos y Secretario de Estado del Vaticano".

"Este Papa llegó tarde al papado y no tiene ni la edad para llevar a cabo una reforma ni cuenta con el apoyo de un sector importante de la propia Curia, que nunca le ha perdonado que nombrase a un 'outsider', un no-diplomático como el cardenal Tarcisio Bertone, para número dos y Secretario de Estado del Vaticano".

Consciente de sus pocas habilidades de gobierno, el Papa teólogo (autor de libros sobre Jesús, de grades encíclicas y de bellas homilías) intentó rodearse de hombres de confianza en los principales puestos de la Curia, para los que nombró, fundamentalmente, a sus amigos: Levada, Kasper, Amato, Cañizares...Y en los mandos, Bertone.

Dos equipos irreconciliables

Con el nombramiento del salesiano, la Curia se dividió por la mitad entre los 'diplomáticos' de la 'vieja guardia', capitaneados por Angelo Sodano y Giovanni Battista Re, y el 'partido' de Bertone, que se rodea de salesianos y amigos de su total confianza. Dos equipos irreconciliables.

Siempre hubo partidos, tendencias y cordadas en el Vaticano. Y profundas intrigas y hostilidades sin cuento entre los diversos 'equipos'. La diferencia es que, ahora, el navajeo se hace a través de los medios de comunicación. Con luz y taquígrafos. Con filtraciones de cartas y documentos secretísimos, robados del propio apartamento papal.

Ante los ojos atónitos del mundo y la amargura de los católicos, se dibuja una sala de máquinas de la Iglesia dominada por "el egoísmo, la violencia, la enemistad, la discordia y la envidia", los vicios que el Papa fustigaba precisamente el domingo pasado en su homilía. Unos años antes, Benedicto XVI, ya había advertido a la Curia con una frase durísima de San Pablo: "Si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis por destruiros mutuamente".

Luchas de poder, como no se veían desde el Renacimiento. Con un primer objetivo: defenestrar a Bertone. En segundo lugar, para intentar frenar la política regeneracionista del Papa. Pase su limpieza de la pederastia, pero que no intente lo mismo con las finanzas vaticanas.

Los males de la Curia

Algunos expertos y teólogos sostienen que la Curia no tiene reforma ni salvación posible: "El Papa ha perdido el control, porque el sistema está tan en crisis que ha colapsado".

Dos objetivos inmediatos y la vista puesta en la eventual sucesión del Papa Ratzinger, cada vez más solo y aislado. Tanto que, hace unos días, 'L'Osservatore Romano' describía al Pontífice en un editorial como "un apacible pastor" rodeado de "lobos".

Enfrascado en la tarea de explicar a Jesucristo al hombre contemporáneo, Benedicto XVI tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para acabar con la pederastia. Lo hizo y se desgastó. Y ya no le quedan casi arrestos para volver a coger la escoba y barrer su propia casa, la Curia romana.

Aunque algunos expertos y teólogos sostienen que la Curia no tiene reforma ni salvación posible. "El Papa ha perdido el control, porque el sistema está tan en crisis que ha colapsado", advierte su otrora amigo y actual teólogo rebelde Hans Küng. Y el sacerdote vaticanista Filippo di Giacomo asegura que "el sistema de gobierno de la Iglesia no funciona ni es colegial", porque "la Curia es una maquinaria gigantesca, inoperante e inútil". Una situación agravada, en estos momentos, por la excesiva italianización del aparato vaticano.

Reformable o no, hay quien piensa que el Papa, profundamente dolido y herido por el 'Vatileaks' y los documentos robados por Paolo Gabriele, el mayordomo que le servía a la mesa y le ayudaba a vestirse, va a hacer un último esfuerzo. Y llegar hasta los cómplices y los inspiradores del mayordomo. Caiga quien caiga.

Y si llegase al convencimiento de que le es imposible limpiar "de jabalíes la viña del Señor", entonces, como confesó en el libro-entrevista 'Luz del mundo' (Ed. Herder), podría optar por la renuncia. "Si un Papa se da cuenta de que ya no es física, psicológica o espiritualmente capaz de ejercer el cargo que se le ha confiado, entonces tiene derecho y, en algunas circunstancias también el deber, de dimitir", le dijo a Peter Sewald.

Preparando el relevo

Tanto Pío XII como Pablo VI o Juan Pablo II pensaron en la hipótesis de la dimisión por enfermedad. Pero Benedicto XVI, en una afirmación revolucionaria, es el primero que justifica una eventual dimisión no sólo por causas puramente físicas. Una eventualidad siempre negada por Roma, porque sería un hito histórico y provocaría un claro shock en la Iglesia. Aunque, como cree el obispo italiano, Luigi Bettazzi, los escándalos del 'Vatileaks' podrían ser "una estrategia para preparar la eventualidad de la dimisión".

Y el obispo emérito de Ivrea explica, incluso, sus razones: "Creo que el Papa se siente muy cansado. Basta verlo. Es un hombre acostumbrado a los estudios y, ante los problemas y las tensiones que florecen en la Curia, podría pensar: que se ocupe de estas cosas un nuevo Papa". Además, "ha visto con sus propios ojos que, en sus últimos años, Juan Pablo II no era capaz de guiar a la Iglesia y lo hacían sus colaboradores en su nombre".

Cardenales en la Plaza de San Pedro. | Afp

Cardenales en la Plaza de San Pedro. | Afp

Otros purpurados, como el cardenal Tonini, aseguran que el Papa nunca dimitirá. Y, mientras tanto, las cordadas curiales, mayoritariamente formada por italianos, están italianizando la Curia. Para lo bueno y para lo malo. En estos momentos, es evidente que 'manca finezza' y que la Curia está demasiado conectada con la realidad económico-política italiana y, por lo tanto, padece sus mismos males y utiliza los mismos métodos sucios.

Además, está en juego no sólo el puesto de Bertone, sino la sucesión. Tras dos Papas 'extranjeros', los italianos quieren un Pontífice de los suyos. Y tenían fuerza suficiente para lograrlo, dado que cuentan con 30 cardenales electores, una cuota tan desproporcionada en el colegio cardenalicio que correspondería a un país con 300 millones de católicos, cuando Italia sólo cuenta con unos 50.

Los purpurados italianos, en guerra abierta entre ellos, no sólo queman las posibilidades de sus candidatos, sino que, además, están provocando una fuerte reacción en los cardenales del resto del mundo en su contra, que ya barajan nombres de eventuales sucesores no italianos. Pero lo peor de esta lucha a muerte es que salpica y mancha a toda la institución. Como dice el cardenal Kasper, "está en juego la imagen de toda la Iglesia".

De hecho, surgen ya voces que hablan de que los escándalos no son la causa, sino la consecuencia de un modelo eclesiástico que ya no funciona. En época de crisis, la prima de riesgo moral vaticana está por las nubes. ¿Se avista una quiebra de la Iglesia católica? "A pesar de las debilidades del hombre, las dificultades y las pruebas, el Espíritu Santo guía la Iglesia y el Señor la ayudará siempre sosteniéndola en su camino". Son palabras del Papa contra el "síndrome italiano". Un Papa regeneracionista, dispuesto a seguir su tarea. ¿Los frutos? Los recogerá el Sucesor.



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