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jueves, 22 de septiembre de 2011

Exorcismos: Cómo se comporta el demonio


Extraído del libro: “Narraciones de un exorcista”, del Padre Gabriele Amorth, exorcista oficial del Vaticano.
 Digámoslo de una vez, como línea general, que el demonio hace de todo para no ser descubierto; que es muy avaro de palabras, que busca todos los medios para desalentar al paciente y al exorcista.
Para mayor claridad distinguimos este comportamiento en cuatro fases: antes de ser descubierto, durante los exorcismos, cuando está cerca la salida, después de la liberación. Advertimos también que no existen nunca dos casos iguales. El comportamiento del maligno es muy variado e imprevisible. Lo que escribimos se refiere solamente a ciertos aspectos del comportamiento que más frecuentemente se han presentado.
 1- Antes de ser descubierto. El demonio causa disturbios físicos y psíquicos por los cuales la persona afectada es tratada por médicos sin que nadie sospeche el verdadero origen del mal. A veces los médicos curan los disturbios después de largo tiempo, probando varios medicamentos que resultan siempre inapropiados; por eso es común el hecho de que el paciente cambie varias veces de médico, acusándolo de no entender su mal. Más difícil es la curación de los males psíquicos; muchas veces los especialistas no encuentran nada (esto sucede con frecuencia inclusive para los males físicos) y la persona pasa a los ojos de los familiares como una obsesa. Una de las cruces más pesadas de estos “enfermos” es la de que ni se les comprende ni se les cree. Casi siempre sucede que antes o después, tocadas en vano las puertas de la medicina oficial, estas personas busquen curanderos, o peor, magos, quiromantes, hechiceras. Y así los males aumentan.
Normalmente quien recurre al exorcista (por sugerencia de algún amigo; rarísimas veces por sugerencia de sacerdotes), ya ha ido a visitar varios médicos y les ha cogido plena desconfianza, y la mayoría de las veces ya ha ido donde magos y similares. La falta de fe o por lo menos el hecho de no ser practicantes, unido a la grande e injustificada carencia eclesiástica en este campo, hacen comprender tal comportamiento. Casi siempre es un verdadero caso fortuito que alguien dé a conocer la existencia de los exorcistas.
Téngase en cuenta que el demonio, aun en los casos de posesión total (en que él actúa o habla sirviéndose de los miembros del afectado) no actúa de continuo, sino que alterna su acción (llamada en general “momento de crisis”) con pausas de reposo más o menos largas. Salvo los casos más graves, la persona puede atender a sus compromisos de estudio o de trabajo de manera que parece normal, aunque en realidad sólo él sabe a precio de cuánto esfuerzo.
 2- Durante los exorcismos. En un principio el demonio hace todo lo posible para no ser descubierto o por lo menos para esconder la gravedad de la posesión, aunque no siempre lo logra. Presionado por la fuerza de los exorcismos, a veces es inducido a manifestarse desde la primera oración; otras veces se necesitan más exorcismos. Recuerdo a un joven que en la primera bendición dio solamente algún signo de sospecha; pensé: “Es un caso fácil; lo saco con esta bendición y alguna más”. La segunda vez se puso furioso y desde entonces yo no comenzaba el exorcismo sino con la ayuda de cuatro hombres fuertes que lo sostuvieran.
En otros casos debe madurar la hora de Dios. Recuerdo una persona que había estado con varios exorcistas, inclusive conmigo, sin que se lograra nada particular. Un buen día el demonio se manifestó por lo que era, y desde entonces procedimos regularmente con la frecuencia necesaria para liberar a los posesos. En ciertos casos, ya en la primera o en la segunda bendición, el demonio muestra toda su fuerza, que varía de persona a persona; otras veces esta manifestación es progresiva: algunos afectados al parecer cada vez presentan nuevos males. Da la impresión de que todo el mal que tienen dentro debe aparecer poco a poco para poder ser extirpado.
El demonio reacciona de formas muy diversas a las oraciones y a los mandatos. Muchas veces se esfuerza por parecer indiferente; pero en realidad sufre y sigue sufriendo cada vez más, hasta que se llega a la liberación. Algunos posesos permanecen inmóviles y silenciosos, y reaccionan sólo con los ojos si son provocados. Otros se desmayan y necesitan ser sostenidos, para que no se hagan mal; otros se lamentan, en especial si se aprieta la estola en las partes que duelen, como indica el Ritual, o también si se hace un signo de la cruz o se rocía con agua bendita. Son pocos los furiosos y éstos deben ser tenidos con firmeza por las personas que ayudan al exorcista, o por sus familiares.
En cuanto a hablar, generalmente los demonios se muestran muy reacios. Justamente el Ritual recomienda no hacer preguntas por curiosidad y preguntar sólo aquello que contribuye a la liberación. Lo primero que hay que preguntar es el nombre; para el demonio, tan ajeno a manifestarse, revelar su nombre es una derrota; y cuando lo ha dicho, también en todos los exorcismos siguientes se muestra siempre reluctante a repetirlo. Después se impone al maligno que diga cuántos demonios están presentes en aquel cuerpo. Pueden ser muchos o pocos, pero siempre hay un jefe, el indicado por el primer nombre. Cuando el demonio tiene un nombre bíblico o dado por la tradición (por ejemplo: Satanás o Beelzebul, Lucifer, Zabulón, Meridiano, Asmodeo…) se trata de “peces gordos”, más duros de vencer. Pero la dificultad viene mucho más por la fuerza con que un demonio se ha posesionado de una persona. Cuando hay más demonios, el jefe es siempre el último en salir.
La fuerza de la posesión también proviene de la reacción del demonio a los nombres sagrados. En general tales nombres no son pronunciados por el maligno y no pueden ser pronunciados; son sustituidos por otras expresiones: “El” indica a Dios o Jesús; “Ella”, indica a María. Otras veces dicen: “Tu jefe” o “tu señora”, para indicar a Jesús o a María. Pero si la posesión es muy fuerte y el demonio es de alto nivel (repetimos que los demonios conservan el nivel jerárquico que tenían cuando eran ángeles, como tronos, principados, dominaciones…), entonces es posible que pronuncien el nombre de Dios y de la Virgen junto con horribles blasfemias.
Muchos creen, quién sabe por qué, que los demonios son charlatanes y que si uno asiste a un exorcismo, el demonio va a decirle en público todos sus pecados. Es una creencia falsa; los demonios son reacios a hablar y cuando son charladores dicen cosas insulsas para distraer al exorcista y para rehuir sus preguntas. Puede darse alguna excepción. Un día el P. Cándido había invitado a asistir a sus exorcismos a un sacerdote que se jactaba de no creer en ellos. Aquel sacerdote se hizo presente y se comportaba con un aire casi de desprecio, con los brazos cruzados, sin orar (como deben hacerlo siempre los presentes) y con una sonrisa irónica. Un buen momento el demonio se dirigió a él: “Tú dices que no crees en mí. Pero crees en las mujeres; en ellas sí que crees; ¡y cómo les crees!”. Aquel pobre hombre muy calladito fue retrocediendo hasta ganar la puerta y se escabulló rápidamente.
Otra vez el demonio reveló los pecados para desalentar al exorcista. Era un joven apuesto a quien el P. Cándido estaba bendiciendo; y dentro de sí tenía un demonio más grande que él. Fue precisamente el demonio quien intentó primero desalentar al exorcista: “¿No ves que pierdes el tiempo con éste? El nunca ora, frecuenta…, hace…”, y siguió una larga serie de pecadotes. Terminado el exorcismo, el P. Cándido intentó convencer a aquel joven, con buenas maneras de que hiciera una confesión general. Pero él no quería saber nada de eso. Fue necesario llevarlo casi a la fuerza al confesionario; y allí se atrevió a decir que no tenía nada de qué acusarse.
“¿Pero no has hecho esto tal día?”, le insistió el P. Cándido. Y él, desconcertado, debió confesar su culpa. “¿Y no has hecho esto quizás?”, y el afectado, cada vez más confuso, debió admitir uno por uno todos los pecados que el padre le recordaba, valiéndose de las declaraciones del demonio. Finalmente recibió la absolución. Y aquel joven se fue desconcertado: “¡Ya no entiendo nada! ¡Estos curas lo saben todo!”.
Otras preguntas que sugiere el Ritual se refieren al tiempo que lleva el demonio en posesión de aquel cuerpo, por qué motivo, y cosas similares. Hablaremos a su tiempo del comportamiento que debe tenerse en caso de hechicerías: las preguntas que se deben hacer y cómo actuar. Pero digamos de una vez, que el demonio es el príncipe de la mentira. Muy bien puede acusar a una u otra persona para hacer surgir sospechas o enemistades. Las respuestas del demonio tienen que sopesarse. Me limito a decir que, en general, el interrogatorio del demonio tiene escasa importancia. Por ejemplo muchas veces el demonio, cuando se veía que estaba muy debilitado, respondía a preguntas acerca de la fecha de su salida, y luego no salía en esa fecha. Un exorcista con la experiencia del P. Cándido, que percibe rápidamente con qué tipo de demonio tiene que habérselas y a menudo adivina hasta su nombre, hace muy pocos interrogatorios.
A veces, a la pregunta sobre el nombre, oye que le responde: “Ya lo sabes”. Y es verdad.
Con frecuencia los demonios hablan espontáneamente, cuando se trata de posesiones fuertes, para tratar de desalentar o asustar al exorcista. Varias veces he oído que me dicen frases como estas: “Tú no puedes nada contra mí”; “ésta es mi casa; aquí estoy bien y aquí me quedo”; “estás perdiendo tu tiempo”. O también amenazas: “Te comeré el corazón”; “esta noche no cerrarás los ojos de puro miedo”; “me meteré en tu cama en forma de serpiente”; “te tumbaré de la cama”… Luego, ante mis respuestas, se calla. Por ejemplo cuando le digo: “Estoy cubierto con el manto de María, ¿qué puedes hacerme?”; “tengo por patrono al arcángel Gabriel, lucha con él si puedes”; “tengo a mi ángel de la guarda que vela para que yo no sea tocado, tú no puedes hacer nada”, y cosas semejantes.
Siempre se encuentra algún punto particularmente débil. Ciertos demonios no soportan la cruz hecha con la estola sobre las partes adoloridas; otros no resisten al soplo en la cara; otros se oponen con todas las fuerzas a la aspersión con el agua bendita. También hay frases en las oraciones de exorcismo o en otras oraciones que puede hacer el exorcista, a las cuales el demonio reacciona violentamente o perdiendo las fuerzas. Entonces se recomienda en repetir aquellas frases como sugiere el Ritual. El exorcismo puede ser largo o breve, como el exorcista lo crea más útil, teniendo en cuenta varios factores. Con frecuencia es útil la presencia de un médico, no sólo para el diagnóstico inicial, sino también para aconsejar acerca de la duración del exorcismo. Sobre todo cuando el obseso no está bien (por ejemplo si está enfermo del corazón), o cuando no está bien el exorcista; en estos casos puede el médico aconsejar que se suspenda. En general es el exorcista quien debe captarlo, cuando ve que sería inútil proseguir.
 3- En la proximidad de la salida. Es un momento delicado y difícil, que puede prolongarse por mucho tiempo. El demonio en parte demuestra haber perdido las fuerzas, en parte trata de lanzar los últimos ataques. A menudo se tiene esta impresión: mientras que en las enfermedades comunes el enfermo mejora progresivamente hasta la curación, aquí sucede lo contrario, es decir, la persona afectada siempre va peor, y a veces cuando ya no puede más, es cuando sucede la curación. No es que siempre sea así, pero éste es el caso más frecuente.
Para el demonio dejar a una persona y volver al infierno donde casi siempre es condenado, significa morir eternamente, perder toda posibilidad de mostrarse activo y de molestar a las personas. Y expresa su estado de desesperación con expresiones que a menudo se repiten durante los exorcismos: “Me muero, me muero”; “ya no puedo más”; “basta, ¡así me están matando ustedes!”; “ustedes son unos asesinos, unos verdugos; todos los curas son asesinos”, y otras frases por el estilo. El contenido es completamente cambiado respecto a lo que decía durante los primeros exorcismos. Si entonces decía: “Tú no puedes hacer nada contra mí”; ahora dice: “Tú me matas; tú me has vencido”. Si antes decía que nunca saldría porque allí estaba bien, ahora afirma que está muy mal y quiere irse. Es un hecho que cada exorcismo es como arremeter contra el diablo a leñazos:  él sufre mucho, pero también produce dolor y cansancio en la persona en quien se encuentra. Llega a confesar que durante los exorcismos está peor que en el infierno. Un día, mientras el P. Cándido exorcizaba a una persona próxima a la liberación, el demonio dijo abiertamente: “¿Crees que me iría si no estuviera peor aquí?”. Los exorcismos se le habían vuelto realmente insoportables.
Otro aspecto que se ha de tener presente para ayudar a las personas que están en vía de liberación, es que el demonio trata de comunicarles sus mismos sentimientos: al no poder más, comunica un estado de cansancio intolerable; él es un desesperado y trata de comunicar a la persona poseída su misma desesperación; él se siente acabado, con poco tiempo para vivir, incapaz ni siq úera de razonar correctamente, y transmite a la persona la impresión de que todo ha terminado, que su vida está en las últimas y se acentúa en él la convicción de estar muerto. Cuántas veces estas personas piden de corazón al exorcista: “¡Dígame francamente si estoy loco!”. Asimismo al obseso se le hacen cada vez más pesados los exorcismos y, a veces, si no viene acompañado o casi forzado, falta a la cita. He tenido precisamente casos de personas que, ya cerca o bastante cerca de la liberación, han dejado por completo las sesiones de exorcismo.
Así como estos “enfermos” a menudo deben ser ayudados a orar, a ir al templo y también a acercarse a los sacramentos, porque solos no lo hacen, así tienen también necesidad de ser ayudados para someterse a los exorcismos, sobre todo en la fase conclusiva; y deben ser alentados continuamente.
Sin duda contribuye a estas dificultades el cansancio físico y un cierto sentimiento de desmoralización cuando se prolonga esta situación, con la impresión de que el mal ya se ha vuelto incurable. El demonio puede causar también males físicos y sobre todo psíquicos, de los cuales debe curarse por vía médica aun después de la curación. Pero es posible el caso de curaciones completas, sin que tenga que buscarse otros medios.
 4- Después de la liberación. Es muy importante que la persona liberada no disminuya su ritmo de oración, su participación en sacramentos, su compromiso de vida cristiana. Y conviene que de vez en cuando pida de nuevo una bendición. Porque sucede con bastante frecuencia que el demonio vuelva a atacar, es decir, que intente regresar. No se necesita abrirle ninguna puerta. Quizás, más que de convalecencia, podemos hablar de un período de refuerzo que se requiere para asegurar la liberación alcanzada. He tenido un caso de recaída: no fue por negligencia del sujeto, es decir, él había mantenido con intensidad el ritmo de vida espiritual; por eso la segunda liberación fue relativamente fácil. Pero cuando la recaída ha sido favorecida por el hecho de haber abandonado la oración, y peor aún si se ha caído en un estado de pecado habitual, entonces la situación se agrava, como la describe el Evangelio de Mateo 12, 43-45: el demonio vuelve con otros siete espíritus peores que él. No habrá pasado desapercibido el lector, lo hemos dicho y repetido, el hecho de que el demonio haga todo lo posible por ocultar su presencia. Ya es ésta una observación que ayuda (ciertamente esto no basta) para distinguir la posesión de ciertas formas de enfermedades psíquicas en que el paciente hace todo lo que puede por ser objeto de atención. El comportamiento del demonio es totalmente contrario.