Páginas

miércoles, 19 de enero de 2011

El Diablo

Está claro que Jesús, los apóstoles y los evangelistas estaban convencidos de la existencia de las fuerzas demoníacas, y en un sentido no simbólico, sino bien real. Para ellos era una potencia concreta, y no ciertamente una abstracción.
Pedro Trevijano
Estos días estoy dándome un repaso a la Teología, pero he decidido hacerlo del modo más ameno posible y por ello estoy volviéndome a leer los cuatro libros entrevistas que el cardenal Ratzinger, en el último ya era Benedicto XVI, concedió a periodistas. Es un modo de repasar un montón de temas de teología, sin la aridez que puede tener un tratado, es decir un libro de texto.
 
En el primero, “Informe sobre la fe”, al contrario que en los otros tres, en los que el periodista es Peter Seewald, el entrevistador es el periodista italiano Vittorio Messori. En él hay unas páginas dedicadas al Demonio en el capítulo sobre los Novísimos, que me parece interesante recordar, tanto más cuanto que me parece no nos viene mal tener presente lo que dice la Iglesia sobre el tema. 

Empieza Ratzinger citando lo que dijo Pablo VI sobre el tema en la audiencia general del 15 de Noviembre de 1972: “El mal que existe en el mundo es el resultado de la intervención en nosotros y en nuestra sociedad de un agente oscuro y enemigo, el Demonio. El mal no es ya sólo una deficiencia, sino un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor. Terrible realidad, misteriosa y pavorosa”… “El Demonio es el enemigo número uno, es el tentador por excelencia. Sabemos que este ser oscuro y perturbador existe realmente y sigue actuando”… “El tema del demonio y de la influencia que puede ejercer sería un capítulo muy importante de reflexión para la doctrina católica, pero actualmente es poco estudiado””.

La Congregación de la Doctrina de la Fe en un documento de Junio de 1975 nos dice: ““Las afirmaciones sobre el Diablo son asertos indiscutidos de la conciencia cristiana”; y si bien “la existencia de Satanás y de los demonios no ha sido nunca objeto de una declaración dogmática”, es precisamente porque parecía superflua, ya que tal creencia resultaba obvia “para la fe constante y universal de la Iglesia, basada sobre su principal fuente, la enseñanza de Cristo, y sobre la liturgia, expresión concreta de la fe vivida, que ha insistido siempre en la existencia de los demonios y en la amenaza que éstos constituyen””. 
 
Ratzinger añadía: “Digan lo que digan algunos teólogos superficiales, el Diablo es, para la fe cristiana, una presencia misteriosa, pero real, no meramente simbólica, sino personal”… “el hombre por sí solo no tiene fuerza suficiente para oponerse a Satanás, pero éste no es otro dios; unidos a Jesús, podemos estar ciertos de vencerlo. Es Cristo, el “Dios cercano”, quien tiene el poder y la voluntad de liberarnos; por esto, el Evangelio es verdaderamente la Buena Nueva”.
 
En la Sagrada Escritura hay multitud de textos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamente, que hacen referencia al Demonio o Diablo. Basta con mirar cualquier índice bíblico. Recordemos simplemente el episodio de las tentaciones (Mt 4,1-11; Mc 1,12-13; Lc 4,1-13). Está claro que Jesús, los apóstoles y los evangelistas estaban convencidos de la existencia de las fuerzas demoníacas, y en un sentido no simbólico, sino bien real. Para ellos era una potencia concreta, y no ciertamente una abstracción.
 
El Concilio Vaticano II hace referencia a él en sus documentos nada menos que en diecisiete ocasiones. También el Catecismo de la Iglesia Católica se refiere a él (números. 391 a 401 y otros). Pero nunca nos olvidemos que la nuestra es una religión de esperanza, que Cristo es más fuerte que el diablo, y aunque la lucha entre el bien y el mal continuará hasta el fin de los tiempos, la batalla decisiva de esa guerra se libró y se ganó con la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. No puede hacerme nada importante, si mantengo mi unión con Cristo, y si sé recurrir en mis fallos y pecados al sacramento de la Penitencia, para curar en mí las heridas del pecado, reconciliarme con Dios, y volver a poner en marcha con nuevos bríos la vida espiritual. Y ya que he hecho una referencia al sacramento de la Penitencia, recuerdo que, aunque su fin principal es perdonar los pecados graves, también la confesión de devoción tiene un gran valor y es una ayuda inestimable para mi encuentro con Dios.   

Seguidores de Jesucristo

Cuando Jesús se entera de que el Bautista ha sido encarcelado, abandona su aldea de Nazaret y marcha a la ribera del lago de Galilea para comenzar su misión. Su primera intervención no tiene nada de espectacular. No realiza un prodigio. Sencillamente, llama a unos pescadores que responden inmediatamente a su voz: "Seguidme".
Así comienza el movimiento de seguidores de Jesús. Aquí está el germen humilde de lo que un día será su Iglesia. Aquí se nos manifiesta por vez primera la relación que ha de mantenerse siempre viva entre Jesús y quienes creen en él. El cristianismo es, antes que nada, seguimiento a Jesucristo.
Esto significa que la fe cristiana no es sólo adhesión doctrinal, sino conducta y vida marcada por nuestra vinculación a Jesús. Creer en Jesucristo es vivir su estilo de vida, animados por su Espíritu, colaborando en su proyecto del reino de Dios y cargando con su cruz para compartir su resurrección.
Nuestra tentación es siempre querer ser cristianos sin seguir a Jesús, reduciendo nuestra fe a una afirmación dogmática o a un culto a Jesús como Señor e Hijo de Dios. Sin embargo, el criterio para verificar si creemos en Jesús como Hijo encarnado de Dios es comprobar si le seguimos sólo a él.
La adhesión a Jesús no consiste sólo en admirarlo como hombre ni en adorarlo como Dios. Quien lo admira o lo adora, quedándose personalmente fuera, sin descubrir en él la exigencia a seguirle de cerca, no vive la fe cristiana de manera integral. Sólo el que sigue a Jesús se coloca en la verdadera perspectiva para entender y vivir la experiencia cristiana de forma auténtica.
En el cristianismo actual vivimos una situación paradójica. A la Iglesia no sólo pertenecen los que siguen o intentan seguir a Jesús, sino, además, los que no se preocupan en absoluto de caminar tras sus pasos. Basta estar bautizado y no romper la comunión con la institución, para pertenecer oficialmente a la Iglesia de Jesús, aunque jamás se haya propuesto seguirle.
Lo primero que hemos de escuchar de Jesús en esta Iglesia es su llamada a seguirle sin reservas, liberándonos de ataduras, cobardías y desviaciones que nos impiden caminar tras él. Estos tiempos de crisis pueden ser la mejor oportunidad para corregir el cristianismo y mover a la Iglesia en dirección hacia Jesús.
Hemos de aprender a vivir en nuestras comunidades y grupos cristianos de manera dinámica, con los ojos fijos en él, siguiendo sus pasos y colaborando con él en humanizar la vida. Disfrutaremos de nuestra fe de manera nueva. (Eclesalia).


SEGUIDORES (Portugués/Brasileiro)
José Antonio Pagola. Tradução: Redacción de Eclesalia
Quando Jesus descobre que Batista foi preso, ele deixou a sua aldeia de Nazaré e marchar até a margem do lago da Galiléia para iniciar sua missão. Sua primeira afirmação é nada espetacular. Não é um milagre. Basta ligar para alguns pescadores que respondem imediatamente à sua voz: "Segue-me."
Assim começa o movimento de seguidores de Jesus. Aqui está o germe humilde do que um dia será a sua Igreja. Aqui nós expressa pela primeira vez a relação deve ser sempre mantido vivo entre Jesus e aqueles que acreditam nele. O cristianismo é, acima de tudo, seguir a Jesus Cristo.
Isto significa que a fé cristã não é apenas a adesão doutrinária, mas o comportamento ea vida marcada pelo nosso relacionamento com Jesus. Acreditar em Jesus é viver a sua vida, encorajado pelo seu espírito de trabalho em seu projeto do Reino de Deus e levar a sua cruz para compartilhar a sua ressurreição.
Nossa tendência é sempre querer ser cristãos sem seguir a Jesus, reduzindo a nossa fé em uma afirmação dogmática ou adorar a Jesus como Senhor e Filho de Deus. No entanto, o critério para verificar se cremos em Jesus como o Filho de Deus encarnado é verificar se seguimos somente a ele.
A adesão a Jesus não é apenas admirar como homem ou adorá-lo como Deus.Quem admira ou ama-lo pessoalmente ficar longe, sem descobrir em que a exigência para monitorar não viver a fé cristã de uma maneira holística. Somente aqueles que seguem Jesus é colocado na perspectiva correta para compreender e viver a experiência autenticamente cristã.
O cristianismo hoje vivem em uma situação paradoxal. A Igreja não pertencem apenas àqueles que seguem ou tentam seguir Jesus, mas também aqueles que não se importam de andar em todos os seus passos. Chega a ser batizado e não quebrar a comunhão com a instituição oficialmente pertencem à Igreja de Jesus, mas nunca propôs a seguir.
A primeira coisa que ouvimos a respeito de Jesus nesta igreja é o seu convite a segui-lo sem reservas, libertando-nos da covardia escravidão e preconceitos que nos impedem de andar atrás dele. Estes tempos de crise pode ser a melhor oportunidade para corrigir o Cristianismo ea Igreja mover na direção de Jesus.
Devemos aprender a viver em nossas comunidades e grupos cristãos de forma dinâmica, com os olhos fixos nele, seguindo seus passos e trabalhar com ele para humanizar a vida. Aproveite a nossa fé em novas formas.