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domingo, 7 de noviembre de 2010

El Sumo Pontífice exhorta a Europa a no arrinconar a Dios y a salir "a su encuentro sin miedo"

El Papa pide a los jóvenes que renuncien a un modo de pensar egoísta y de corto alcance y eviten la apariencia vistosa


X. A. TABOADA - SANTIAGO Con el avión a punto de aterrizar, lanzó un duro mensaje contra España por su agresivo movimiento laicista, pero en la homilía de la eucaristía que celebró en la plaza del Obradoiro ante unas 7.000 personas, el Sumo Pontífice amplió a toda Europa el destinatario de su discurso, aunque fue ligeramente más comedido. El Papa censuró la "tragedia" que a su juicio supone que en Europa exista la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad y denunció que se pretenda arrinconar al ámbito de lo privado. En la línea de su mandato, de iniciar una nueva evangelización, Su Santidad exhortó al continente europeo de fijar de nuevo la vista en Dios, porque cuando lo hizo, dijo, dio lo mejor de sí en todos los campos de la actividad humana.
"Europa ha de abrirse a Dios, salir a su encuentro sin medio, trabajar con su gracia por aquella dignidad del hombre que había descubierto las mejores tradiciones, además de la bíblica, fundamental en este orden, también las de época clásica, medieval y moderna, de las que nacieron las grandes creaciones filosóficas y literarias, culturales y sociales de Europa", sentenció.
En una eucaristía cuyo inicio se retrasó media hora, Benedicto XVI apostó por una homilía de corte europeísta, en la misma línea a la que recurrió su antecesor, Juan Pablo II, en el discurso que también pronunció en Santiago en el año 1982. 
El Sumo Pontífice alertó que el futuro no solo se puede quedar supeditado al desarrollo tecnológico, sino que tiene haber lugar también para la transcendencia y la fe. "La Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero. Esto es lo que la Iglesia desea aportar a Europa: velar por Dios y velar por el hombre", arengó el Papa. 
En este sentido, subrayó que es necesario que Dios "vuelva a resonar" bajo los cielos de Europa y anheló que esa "palabra santa" no se pronuncie jamás en vano, "que no se pervierta haciéndola servir a fines que le son impropios". "Es menester que se profiera santamente. Es necesario que la percibamos así en la vida de cada día, en el silencio del trabajo, en el amor fraterno y en las dificultades que los años traen consigo", añadió. 
También hubo mensaje para los jóvenes, el sector predominante entre los fieles que asistieron a la misa en la plaza del Obradoiro y que se encargaron, con sus canciones y gritos, de animar la espera por el Pontífice. A ellos, el Pontífice les recomendó que renuncien "a un modo de pensar egoísta, de cortos alcances" y asuman el de Jesús para poder realizarse "y ser semilla de esperanza". 
"Para los discípulos que quieren seguir e imitar a Cristo, el servir a los hermanos ya no es una mera opción, sino parte esencial de su ser. Un servicio que no se mide por los criterios mundanos de lo inmediato, lo material y vistoso, sino porque hace presente el amor de Dios a todos los hombres y en todas sus dimensiones, y da testimonio de él, incluso con los gestos más sencillos", afirmó el Santo Padre. 
Flanqueado por obispos, cardenales y los Príncipes de Asturias y con un auditorio formado mayoritariamente por jóvenes y religiosos, también había sitio para una amplia representación política sentada en primera fila. Allí estaban, entre otros, el presidente del PP nacional, Mariano Rajoy; el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo; el ministro de Fomento, José Blanco; el delegado del Gobierno en Galicia, Antón Louro; el embajador español ante la Santa Sede, Francisco Vázquez; la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal; la presidenta del Parlamento, Pilar Rojo, y la mayoría de los conselleiros, así como alcaldes y diputados, tanto nacionales como autonómicos.
Y a los "jefes de los pueblos" dedicó algunas palabras el Sumo Pontífice. "Al proponer este nuevo modo de relacionarse en la comunidad, basado en la lógica del amor y del servicio, Jesús se dirige también a los jefes de los pueblos, porque donde no hay entrega por los demás surgen formas de prepotencia y explotación que no dejan espacio para una auténtica promoción humana integral", alertó en su homilía. 
Benedicto XVI proclamó "la gloria del hombre" y advirtió "de las amenazas a su dignidad por el expolio de sus valores y riqueza originarios, por la marginación o la muerte infligidas a los más débiles y pobres". "No se puede dar culto a Dios sin velar por el hombre su hijo y no se sirve al hombre sin preguntarse por quién es su padre y responderle a la pregunta por él", aseveró. 
El Sumo Pontífice, que comenzó y terminó su alocución en gallego, dio "gracias a Dios" por estar en la "espléndida" plaza del Obradoiro, llena de arte, cultura y significado espiritual. Sobre la peregrinación y la conmemoración del Año Santo, el Papa comentó que "el cansancio del andar, la variedad de paisajes, el encuentro con personas de otra nacionalidad" abre a los caminantes "a lo más profundo y común que une a los humanos: seres en búsqueda, necesitados de verdad y de belleza, de una experiencia de gracia, de caridad y de paz, de perdón y de redención". 
De este modo, consideró que "quien peregrina a Santiago, en el fondo, lo hace para encontrarse sobre todo con Dios que, reflejado en la majestad de Cristo, lo acoge y bendice al llegar al Pórtico de la Gloria". "Desde aquí, como mensajero del Evangelio que Pedro y Santiago rubricaron con su sangre, deseo volver la mirada a la Europa que peregrinó a Compostela", destacó.

Los laicos no lo esperan

La Constitución obliga al Estado a cooperar con organizaciones religiosas

FRANCISCO SÁNCHEZ Con ocasión de la visita de Benedicto XVI a Compostela y Barcelona, los grupos defensores del laicismo se han echado a la calle con sus reivindicaciones, personalizadas en el Papa bávaro, bajo el lema de que ellos no le esperan. 

Defienden para España la laicidad y que ni un duro de las arcas públicas vaya a parar a la Iglesia Católica o a sus manifestaciones religiosas. Sostienen su demanda en que España es un Estado aconfesional. Es cierta esa definición del Estado, en la medida que significa que ninguna religión tiene carácter oficial, contrariamente a lo que acontece en Suecia, Noruega, Dinamarca, Inglaterra o Grecia. Lo que acontece es que se olvidan de que, acto seguido, el mismo artículo 16 de la Constitución dispone que «los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las correspondientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y demás confesiones». 

Se podría estar de acuerdo con las pretensiones de los grupos laicistas, pero el problema surge con ese mandato constitucional. Para que el Estado se desentienda totalmente de la Iglesia Católica y demás confesiones religiosas es necesario modificar el artículo de la Constitución que se ha transcrito. En tanto no sea así, los poderes públicos tienen la obligación de cooperar con las organizaciones religiosas y, especialmente, con la Iglesia Católica. 

Posiblemente lo ideal fuera que las diferentes confesiones religiosas se sostuvieran con las aportaciones de sus fieles. Pero también y por las mismas, debería ser así con los partidos políticos, los sindicatos, las organizaciones patronales y, sobre todo, con las sedicentes organizaciones no gubernamentales, que para eso se llaman de esa manera. ¿Por qué diablos tiene que ir un cacho de mis impuestos a sociedades a las que no pertenezco y que, en muchos casos, me importan un bledo? 

Sería ideal esa situación, pero se muestra totalmente utópica. No vamos a meter el dedo en la llaga para averiguar si todos, muchos o algunos de esos grupos defensores del laicismo a ultranza maman también de las ubres del erario público. Sólo una rápida ojeada por el mundo nos hará comprender qué lejos de ese laicismo a rajatabla se encuentran en la práctica la totalidad de los países, incluidos los más militantes. 

Fijémonos, por ejemplo, en Alemania donde, en virtud del «Reichskonkordat», nada menos que el 8 por 100 de los impuestos van a la Iglesia Católica y otro tanto a la luterana. Más significativo puede ser Estados Unidos, porque nació de herejes huidos y, en cambio, los contribuyentes pueden deducir de sus impuestos lo que cada uno pague a alguna de las miles de confesiones existentes. Pero la esencia del laicismo es Francia y, curiosamente, allí las catedrales y las iglesias son propiedad del Estado, que las mantiene, pero las presta gratuitamente a la Iglesia para el culto. Hasta el más laico viste santos.